El hombre que vendrá

Crítica de Fernando López - La Nación

La atrocidad de los nazis, en la mirada de una niña de ocho años

Para su pulcra reconstrucción de una página negra de Italia durante la Segunda Guerra Mundial -la masacre de Marzabotto, en septiembre de 1944, cuando los nazis asesinaron a casi 800 civiles de una comunidad agrícola de los Apeninos-, el boloñés Giorgio Diritti adopta el punto de vista de una chica de 8 años y decide iniciar la historia algunos meses antes del trágico episodio para que la visión se complemente con la descripción de las duras condiciones de vida de los campesinos y las vivencias personales de la protagonista, Martina, que ha perdido el habla a causa de la muerte de su hermanito y ahora espera con ansiedad al otro que está por llegar. El del título de resonancia cristiana.

Por el ambiente y por su estructura coral (no tanto por su cohesión narrativa ni por su vuelo poético), esa primera parte remite a El árbol de los zuecos , de Ermanno Olmi, aunque aquí también se cuelan los ecos de la guerra, en el apoyo que el pueblo brinda a los partisanos y los enfrentamientos crecientes entre éstos y las tropas de la SS.

La participación como intérpretes de habitantes de la zona y el uso del dialecto boloñés aportan autenticidad al retrato, centrado en la familia de Martina. Ella sirve de tenue enlace entre las pequeñas estampas que morosamente van detallando la dureza de las tareas del campo, las penurias que pasan los colonos y la amenaza de una guerra cada vez más cercana. Tales estampas -desarrolladas con visible esmero formal- son ilustrativas y en algunos casos muy bellas, pero no siempre logran ensamblarse narrativamente ni definir más que de forma somera a los personajes más próximos a la protagonista: sus padres, una tía que ha vivido en la ciudad y la abuela matriarcal. Los partisanos aparecen, en cambio, bastante desdibujados.

El brutal desenlace, al que se arriba tras un sostenido crescendo -las incursiones de los nazis se hacen cada vez más frecuentes y violentas-, está impecablemente filmado, como casi toda la película, pero no alcanza a transmitir el verdadero horror de la matanza. Quizás el temor a cargar las tintas o su atención a la composición plástica llevó a Diritti a atenuar la intensidad de su ficción histórica en un proceso casi esterilizador, perceptible sobre todo en algunas elecciones de la banda sonora -ciertas partes corales, las imágenes mudas de la masacre-, y en la mirada distante que suele adoptar la cámara.

El impacto procede de la propia historia: es un cuadro que golpea, pero se dirige más al cerebro que a la emoción.

Son decisivos los aportes de Roberto Cimatti (fotografía) y de la bella y expresiva Greta Zuccheri Montanari como Martina.