El hombre que vendió su piel

Crítica de Rodolfo Bella - La Capital

Una sátira sobre el arte, los coleccionistas y el mercado

“Un día TIM estará colgado en una pared. Hermoso”. Eso opina Tim Steiner, un suizo que hace más de 15 años cedió su espalda al artista Wim Delvoye para que la tatúe. La obra, que fue llamada TIM, fue comprada por 150 mil dólares por un coleccionista con la condición de que cuando Steiner muera la piel de su espalda sea enmarcada y pase a formar parte de su colección. Mientras tanto, Steiner está obligado a exhibirse de espaldas y con el torso desnudo en distintas exposiciones y galerías de arte, algo de lo que fue testigo la directora Kaouther Ben Hania, creadora de “El hombre que vendió su piel”, durante una exposición en el Louvre.

El origen de “El hombre que vendió su piel” se inspira en ese hecho real que escandalizó a muchos y puso a teorizar a otros sobre qué es el arte, el mercado del arte, y la explotación humana. “El hombre que vendió su piel” está atravesada por el mismo episodio. El protagonista es Sam Ali, un sirio que huye de la guerra en su país y se instala en Beirut con la esperanza de trasladarse luego a Bélgica donde está su novia.