El hombre que vendió su piel

Crítica de Emiliano Basile - EscribiendoCine

La parábola sobre el arte que desnuda miserias

La película de Kaouther Ben Hania presentada en Venecia y primera en quedar nominada al Oscar por Túnez, es un relato potente y estremecedor sobre el valor de la vida.

El hombre que vendió su piel (The Man Who Sold His Skin, 2020) parece surgida de los guiones de Andrés Duprat aunque sin el humor característico de los films argentinos. La diferencia con los directores de Mi obra maestra (2018) y El hombre de al lado (2009) es que la crítica al arte contemporáneo es sólo la cáscara de una película que busca hablar sobre el valor de la vida humana en tiempos de mercancías.

La premisa es sumamente atractiva: un refugiado sirio llamado Sam Ali (Yahya Mahayni) es convertido en obra por el excéntrico artista contemporáneo Jeffrey Godefroi (Koen de Vouw), en una clara referencia al escultor estadounidense Jeff Koons. El hombre del título se deja tatuar la espalda a cambio de poder ingresar a Europa. Pero aquello que supone su libertad en un primer momento se transforma en su condena después.

Esta fábula, basada libremente en una historia real, tiene como punto débil la confección arquetípica de los personajes y cierto subrayado del mensaje del film. Sin embargo, su narración clásica obliga a concentrarse en las emociones y empatizar con los personajes, permitiendo ciertas licencias a la hora de construir el verosímil. La noción de fábula canaliza la moraleja.

Otro de los recursos utilizados por el film es la historia de amor entre el protagonista Sam Ali y Abeer (Dea Liane). El romance imposible es el motor del relato, la motivación del protagonista para realizar sus actos. Por este amor prohibido Sam cae injustamente preso por el régimen de su país. Se escapa de la cárcel y llega al Líbano con el fin de conseguir una visa para llegar a Europa donde se encuentra su amada. Por amor cae en la trampa del sistema y por el mismo amor, luchará por su libertad y ser respetado como individuo.

También se teje un interesante vínculo entre el artista y “su obra”. Hay una suerte de entendimiento entre ambos personajes al comprender la crueldad del funcionamiento del sistema capitalista. Uno busca con su arte exponer sus grietas, sin embargo sus obras son valoradas en el mercado. Mientras que el otro es un marginal que busca ingresar a cualquier costo.

El hombre que vendió su piel se sostiene en su premisa, sin llegar a ser una sátira o ironía, brinda una visión cruda y áspera del mundo contemporáneo.