El hombre que vendió su piel

Crítica de Catalina Dlugi - El portal de Catalina

La película de la cineasta tunecina y también guionista Kaouther Ben Hania no es perfecta pero sus planteos son más que inquietantes y actuales. Si no se hubiese difundido que el film está basado en un caso real se podría pensar en un argumento que platea ideas desde el absurdo. En la historia un joven y sensible refugiado sirio, que fue encarcelado por una inocente proclama de amor, deambula por Beirut buscando la manera de llegar a Bélgica, donde se encuentra su amor, casada con un diplomático. El pasaporte que consigue es prestar su espalda para que un artista famoso lo tatúe con el contenido de una visa del tamaño de sus dorsales. A cambio el deberá desnudar la mitad de su cuerpo y exhibirse en un museo, una determinada cantidad de  horas por día y por año, fijadas en un contrato. Incluso cuando la “obra” es rematada a un coleccionista alemán, las condiciones son las mismas mas una participación en las ganancias que genere su su espalda ilustrada. Lo que parece una solución a todos sus males resulta una jaula de oro insoportable y los planteos de la realizadora sobre como son considerados los inmigrantes, los temas de trata, esclavitud, los límites éticos del arte, la hipocresía con los planteos económicos, son muy certeros y agudos. Lo que falla es el alargamiento de los encuentros y desencuentros amorosos, un final con toques absurdos y con la inclusión de los mayores actos de violencia, y cierto largo regodeo con el recorrido de museos y otras obras arte. Pero los planteos eticos  son provocadores y necesarios.