El hombre que podía recordar sus vidas pasadas

Crítica de Manuel Yáñez Murillo - Otros Cines

La Palma de Oro de Cannes 2010 consagra definitivamente a uno de los directores más relevantes del cine de la última década. Y es que el responsable de films como Tropical Malady o Syndromes and a Century ha revolucionado el modo de entender el cine gracias a la fuerza de dos conceptos luminosos: la libertad y el misterio. En una era en la que prevalecen las fórmulas establecidas, la obra de Apichatpong (compuesta por largometrajes, cortometrajes e instalaciones museísticas) nos devuelve la fe en las aventuras inciertas: la posibilidad de perdernos en el interior de una película. Como todas las piezas audiovisuales de Weerasethakul, El hombre que podía recordar sus vidas pasadas es una caja de deliciosas sorpresas, una senda abierta a los misterios del cine y la vida: los enigmas de la muerte se esconden tras cada corte de montaje, la inocencia infantil se evoca a través de fábulas protagonizadas por princesas, la fuerza transfiguradora del amor se encarna en el abrazo entre los vivos y los muertos…

Hasta la fecha, los amantes del cine de Apichatpong hemos tenido que perseguir su obra por festivales, museos y otros canales de distribución alternativos. Esperemos que esta Palma de Oro, la más justa en años, normalice la distribución comercial de su cine a nivel internacional. Los espectadores de todo el mundo merecen gozar de la felicidad que provoca la contemplación de El hombre que podía recordar sus vidas pasadas, película protagonizada por un hombre que, al borde de la muerte debido a una dolencia renal, se reencuentra con sus seres queridos, ya desaparecidos, e imagina sus vidas pasadas y futuras. Hilvanada como si de un sueño se tratara, articulada como un frágil ejercicio de memoria, Apichatpong nos regala una película que parece anti-narrativa, pero que en realidad nos ofrece la posibilidad de construir nuestra propia historia. En el fondo, es una película interactiva, libre, sensual y descaradamente gamberra (ojo al mono-fantasma, al pez-gato o al monje budista que es incapaz de vivir sin Internet). Una Palma de Oro que sabe a triunfo colectivo, el de la cinefilia del mundo entero.