El hombre que podía recordar sus vidas pasadas

Crítica de Blanca María Monzón - Leedor.com

El reencuentro con los espíritus que amamos

El hombre debe percibir que vive en un mundo que en cierto sentido es enigmático. Que en él suceden y pueden experimentarse cosas que permanecen inexplicables, y no tan solo las cosas que acontecen dentro de lo que se espera. Lo inesperado y lo inaudito son propios de este mundo. Solo entonces la vida es completa. - C.G Jung.

Es posible que, el cine, (como el arte) sea para Apichatpong Weerasethakul, y desde sus comienzos, infinitamente grande e incomprensible, lo que no podemos negar es que al mismo tiempo sea sutilmente irónico y profundamente poético.

Apichatpong Weerasethakul es un cineasta radicalmente independiente, que acaba de recibir la Palma de Oro de Cannes por El hombre que podía recordar sus vidas pasadas, por un Jurado presidido por Tim Burton. La película fue lanzada este jueves en cinco salas de Buenos Aires.

Sabemos, que cada film crea su propio universo. Y en este sentido el mundo en que se mueve el Tío Boonmee es un paradigma de esa construcción, ya que le entrega al espectador ese universo mágico y sus fantasías, jugando con la luz, con las fuerzas ascendentes, con absoluta inocencia y bondad.

Esa es la estrategia que utiliza Apichatpong Weerasethakul para contarnos la historia de un hombre que vive en el campo, entre la selva y las montañas. Sufre de una insuficiencia renal aguda que lo obliga a dializarse todos los días. Y mientras cena con una especie de enfermero, y charla con su hermana con el objetivo de convencerla, para continuar su tarea en el campo. De pronto, sutilmente y en paz emergen de la oscuridad, primero, el fantasma de su mujer muerta y luego, el de su hijo desaparecido hace años en la jungla, hoy casi un gorila perfecto.

Luego de meditar sobre lo que representa la vida y la muerte, tanto para los vivos, como para los muertos, decide finalmente llevar a su familia a una cueva, debajo de la cima de una colina, reconociendo ese espacio, como el lugar donde nació.

En un mundo desvastado por grandes sufrimientos, y en la continua búsqueda de un sentido espiritual, las conversaciones de Bonmee con estos espíritus que regresan de la muerte para hablar con sus seres queridos, da cuenta de elementos tomados del Budismo, a la vez que alude a la modernidad. En un quiebre continuo entre ésta y la tradición. Y entre los objetos propios de ambas, como la escena que muestra a un monje que duerme en un templo, y que de paso controla su celular. Pero dentro de esa modernidad, el autor, también parece interrogarse.

Hace un tiempo un monje le obsequió a Weerasethakul, un libro de su autoría, titulado, "El hombre que podía recordar sus vidas pasadas", cuyo relato se centra en Bonmee, y en su capacidad de recordar sus anteriores vidas trascurridas en ciudades del noroeste de Tailandia. En el 2008 Weerasethakul escribe un guión inspirado en la reencarnación de Bonmee, a la vez que inicia un viaje a través de la aldea de Nabua (ocupada por el ejército, entre los 60 y los 80, con el fin de replegar los grupos de filiación comunista). No obstante no encontró vínculo alguno. Por lo que se decidió a investigar sobre su historia y a documentar el paisaje. Allí surgió su proyecto Primitive, que propone re imaginar esa pequeña aldea de Tailandia, donde parece, que tanto las ideologías, como los recuerdos habían desaparecido.

Primitive se acompaña de diversos videos, un libro y una serie fotográfica, que Apichatpong Weerasethakul realizó en Nabua como impresiones de luz y memoria, entre los que destacan: Nabua (Nabua); Making of the Spaceship (La construcción de la nave espacial); A Dedicated Machine (La dedicación de una máquina); An Evening Shoot (Tiros al caer la noche); I’m Still Breathing, 2009 (Todavía respiro) y Nabua Song (Canción de Nabua).

A partir de esta propuesta artística surge la elaboración del filme, desde esos restos o rastros de archivo, que pertenecieron a relaciones cotidianas, y que tanto el arte como el cine busca sacar a la luz.

A diferencia del cine fantástico, donde hay una lucha entre el bien y el mal, o de la ciencia contra la divinidad, en El hombre que podía recordar sus vidas pasadas ese aire sobrenatural se centra en la aparición de los fantasmas o en la historia de la princesa que enamorada de su reflejo en el agua se convierte en pez.

Hay una magia y/o una creencia en ese sentido y en todas las facturas de los rubros cinematográficos. Pero esa magia apunta a mostrar también a personajes de carne y hueso, que sufren su karma, aquel que cargamos todos, y que traen a sus seres queridos mediante el recuerdo, que es en última instancia, el único modo de atraerlos hacia nosotros.

“¿Dónde debería ir a buscarte mi espíritu? – ¿al cielo? – No, el cielo está muy devaluado”.

Los espíritus siempre permanecen al lado de las personas que nos amaron, ellas no necesitan recordar… están.

Un film para ver no con la idea preconcebida de entender todo lo que puede plantear, sino para disfrutar de unos diálogos inteligentes cargados de la ironía que impone la realidad; de una fotografía impecable sumada a una singular búsqueda estética, en sus transparencias, en sus contraluces y en la búsqueda de un tipo diferente de luz que quizá se encuentre en el concepto de la reencarnación, que no necesariamente es solamente budista.