El hombre que conocía el infinito

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Este intento de biopic como género cinematográfico termina siendo una simple película sobre la idea de superación, promoción, y tragedia de un hombre que terminó, post mortem, por ser reconocido como revolucionario en el pensamiento matemático.
De estructura alarmantemente clásica, narrativamente lineal, progresiva, el filme sólo denota el difícil acceso a personalidades tan complejas como las de Srinivasa Ramanujan, el matemático indio, quien sin educación formal alguna, a partir de su relación casi romántica con las matemáticas, y su inesperada amistad con quien fuera su mecenas en Gran Bretaña durante la década de 1910, revoluciona a la sociedad académica de entonces, todavía victoriana.
Al mismo tiempo se agradece que el director no intente sumar minutos explicando las teorías que llevaron a nuestro héroe de Madras, ciudad natal de Ramanujan en la India, a Cambridge, en Londres. Situación que hubiese dejado de lado a la mayor parte de los espectadores.
En la producción de 1997 dirigida por Gus van Sant, ganadora del Oscar al mejor guión, “En busca del destino” (“Good will Hunting”), el profesor de matemáticas Gerald Lambeau (Stellan Skarsgard) tratando de convencer al psicólogo Sean Maguire (Robin Williams) que acepte como paciente a un joven rebelde, dice, “posiblemente estemos frente a un nuevo Ramanujan”(sic). Primer acercamiento de quien suscribe con hasta ese momento desconocido e injustamente poco reconocido personaje de las ciencias.
Más allá de las licencias literarias que se toman los responsables del filme, algunas posiblemente tengan que ver con la pacatería británica, digamos, la esposa del matemático hindú, tenía 10 años de edad, al momento de contraer matrimonio, y era 12 años menor que su esposo. Por otro lado, en la historia verdadera el matemático llega a Londres ya siendo portador de la enfermedad que terminaría por ser terminal, situación que colocaría al Reino Unido como “desalmado” ante la situación sanitaria imperante en la India bajo el mandato británico, como si pudiesen ocultarlo.
En realidad, la realización es un gran flash back narrado desde el punto de vista del matemático británico G.H. Hardy, quien en la segunda década del siglo XX toma contacto con las teorías de Ramanujan, sorprendido por la originalidad de las mismas, y que termina siendo el propulsor de su llegada a Londres.
La historia está principalmente centrada en las dificultades por las que tuvo que atravesar Srinivasa Ramanujan hasta ser aceptado como colega en el ámbito científico de Cambridge, siempre de la mano de Hardy. Es en este punto donde flaquea narrativamente.
En cuanto a los rubros técnicos, se destaca la dirección de arte con la recreación minuciosa del espacio en Cambridge de 1915, pero muy superadora, posiblemente, gracias a la dirección de fotografía, y el manejo de la luz en las escenas que transcurren en la India.
En realidad la obra atrapa y se sostiene es por las muy buenas actuaciones de Jeremy Irons (Hardy), y Dev Patel (Ramanujan), muy bien acompañados por los siempre eficiente Toby Jones (Littlewood) y Jeremy Northam (Bertrand Russell), quien es, con su presencia, a pesar del poco tiempo en pantalla, el que instala, a cuenta gotas, el típico humor ingles en la cinta.
Pero es nada más que eso. El director Matt Brown, en su segundo largometraje como tal, se pierde en la necesidad de ser correcto por protegerse desde el formalismo a ultranza, de hacer despegar un texto que se presentaba “a priori” con mayor vuelo, siendo otra de las tantas posibilidades desperdiciadas.