El hombre que compró la luna

Crítica de Catalina Dlugi - El portal de Catalina

Una historia que tiene que ver con lo esencialmente absurdo y práctico, pero también lo poético y la reivindicación de una cultura, la sarda. Para el espectador, primero el desconcierto, en especial si desconoce las características de los habitantes de Córcega –allí nació el director y guionista Paolo Zucca- y luego una segunda parte que apuesta, poética y bella, a ganarse la emoción entre lo absurdo y reivindicatorio. Los servicios secretos detectan que un sardo se compró la luna y les ganó un negocio a los norteamericanos que por llegar primero al satélite solo tiene un porcentaje mínimo de su superficie. Dispuestos a descubrir y destruir a ese dueño, primero detectan a un sardo entre sus filas, en realidad un renegado que debe ser reeducado para cumplir su misión. Una vez puesto a punto, entre el absurdo y gracioso descubre su objetivo y sabe que partido tomar. Así como en el filme “El árbitro” usaba al futbol para pintar a todos en un pueblo, aquí se mete en sus orígenes y salda, según sus declaraciones, sus propios sueños de niño en una región árida parecida a la luna, perfecta para imaginar lo imposible. Una mirada sarcástica y bella sobre los valores populares y una justicia nunca mejor aplicada como la poética. Con enérgicos actores, belleza y un final donde la gracia cede paso a lo lírico. Disfrutable. Para un director que entre sus fuentes de inspiración reconoce hasta el mismísimo Asterix en tierra de corsos.