El hombre invisible

Crítica de Mariano Torres - Fuera de campo

La nueva adaptación del Hombre Invisible no actualiza al clásico literario de sci-fi / terror de H. G. Wells meramente a través de mejores efectos especiales e interpretaciones (aunque, claro, eso también sucede), sino a través de la relevancia de su temática, que sirve como metáfora para hablar de horrores mucho más tangibles pero solo recientemente visibilizados.

Sí, se trata de una adaptación feminista, pero que en ningún momento se queda en el mero oportunismo: El Hombre Invisible es un grito que sale del #MeToo y que aquí podría hacerlo desde el #NiUnaMenos, pero es el más sensato, inteligente y contundente de todos los que emergieron desde que el cine norteamericano prestó sus medios a la causa.

Dicho de manera sencilla: la metáfora del horror hasta hace poco completamente invisibilizado, por más que dicho de esta manera pueda resultar un tanto obvia, es la más potente del montón. Gran parte de ello se debe a la hábil dirección de Leigh Whannell (Upgrade, Insidious: capítulo 3), pero sobre todo a la impecable interpretación de Elisabeth Moss, que compone a Cecilia, una treintañera presa de una relación tóxica, que escapa a la violencia (física y psicológica) de su pareja abusiva, pero no tarda en descubrir que un perverso controlador no abandona a su “presa” tan fácil.
Rehén de un sistema patriarcal que elige no creerle a la víctima, o sencillamente la termina revictimizando, la protagonista padece el infierno de la mujer acosada, llegando a sufrir incluso un paralizante estado de agorafobia como secuela del trauma. Cuando sospecha que su ex, lejos de haber muerto como se le indica en un primer momento, está ahí presente con ella -y no solo en un sentido simbólico-, el martirio vuelve a decir presente de la manera más literal posible.

El hombre invisible es una apuesta fuerte al género, que no se enreda en explicaciones fácticas en cuanto a sus aspectos más fantásticos. No es el punto: se entiende que el acoso existe, y que la historia merece ser contada por la víctima. Y, aunque por momentos no consigue escaparle del todo a ciertos clichés del terror, esa historia se cuenta aquí con sobrada fuerza y compromiso.