El hombre invisible

Crítica de Gabriela Mársico - CineramaPlus+

Dirigido y escrito por Leigh Wannell, el filme logra una reelaboración de la novela homónima de H. G. Wells, que alertaba sobre el peligro del mal uso de las ciencias, y el saber, que en manos de alguien peligroso puede convertirse en un arma letal, Wannell reformula la premisa, a través de nuevas y poderosas implicancias que van desde la manipulación y el abuso dentro de una pareja ejercidos a través de la vigilancia, el control y la violencia, hasta las ventajas de la invisibilidad, incluso para cometer crímenes con impunidad…

Cecilia (Elizabeth Moss), una arquitecta de San Francisco, logra escapar del ojo invasivo y controlador de su marido Adrian (Oliver Jackson Cohen), un genio en tecnología óptica que además de multimillonario es un psicópata manipulador, controla todo lo que Cecilia dice, come, y hasta cómo se viste. Para librarse de esta relación tóxica, durante la noche, y con el marido sedado, Cecilia huye de la residencia que no es otra cosa que una cárcel panóptica, tiene cámaras en todas y cada una de las habitaciones que Cecilia deberá desactivar antes de lograr salir y escapar gracias a la ayuda de su hermana Alice (Harriet Dyer) que la estará esperando en la ruta…

Cecilia busca refugio entonces en la casa de un amigo, casualmente un policía, James (Aldis Jodge) que vive junto a su hija adolescente Sydney (Storm Reid). Mientras vive con ellos se enterará de que su esposo Adrian se ha suicidado y le ha dejado una fortuna que ella recibirá con la sola condición de que se encuentre en plenas facultades mentales. Lo que se convertirá en algo casi imposible de lograr, mantenerse cuerda, en medio del acecho constante y metódico de una presencia omnisciente que la persigue, la controla, la acosa y la vigila como si fuera un hombre invisible que comienza a trastocar su entorno de allegados haciendo todo lo posible para ponerlos en su contra…

El filme sólo toma la idea original de la novela de H. G. Wells de 1897, un científico que logra un filtro que lo convierte en invisible. En la película de Whannell, Adrian ha diseñado un traje que gracias a la implantación de micro cámaras logrará convertir en invisible al que lo lleve puesto ya que las micro cámaras lograran camuflarlo con el entorno. Así, esta reescritura irá más allá de lo que la novela original proponía, e incluso, llegará más lejos de la perspectiva feminista que alcanza y propone la heroína del filme, literal y metafóricamente, ya que la mismísima Moss le propuso a Whannell ciertos cambios en el guion con el fin de resaltar el valor y la fortaleza física y espiritual de la protagonista que logrará huir de una relación tóxica con un marido abusivo y violento. El filme va más allá porque apunta justamente al poder y a la invisibilidad para salirse con la suya y así actuar con impunidad.

El conflicto diseñado entre lo que Cecilia ve o cree ver, su propia percepción del acecho al que la somete su supuestamente suicidado marido, y lo que es visto o mejor aún, lo que no es visto por su entorno (el policía amigo, su hija Sydney, y hasta su propia hermana), el puro vacío, la incredulidad.

El director así tirará de la cuerda entre los que no le creen, negando su percepción, y creyéndola loca, o por lo menos paranoica, y lo suficientemente trastornada como para no creer en nada de lo que Cecilia diga, y menos todavía en lo que crea ver o presentir.

Gaslighting

En este punto, la paranoia, o el trastorno de Cecilia la emparenta con la protagonista del filme La Luz que Agoniza (Gaslight, George Cukor, 1944), nada menos que con Ingrid Bergman, en el que un marido sociópata y criminal intenta volver loca a su mujer que sufrirá una especie de desmoronamiento mental a través de una puesta en escena, montada por su marido criminal y misógino, que consistirá en cambiar de lugar cuadros y objetos, y mitigar cada vez más una luz de gas menguante para trastornarla, y trastocar así su percepción. De hecho, el término ya acuñado en la lengua inglesa, gaslighting, remite al abuso psicológico que consiste en cambiar la percepción de la realidad que tiene otra persona, haciéndole creer que todo lo que ve, recuerda o capta es producto de su invención.

En los tiempos que corren podríamos pensar en esta técnica de manipulación dentro de una relación de pareja cuando el abusador planta la semilla de la duda, y convence a su cónyuge de que lo que ve o cree ver es un error de su percepción.

El horror, el horror…

Una de las premisas del cine de horror es aquella que nos dice que lo que nos da más miedo es justamente aquello que no podemos ver. Por eso no podemos nombrarlo, y por ende tampoco podemos defendernos o luchar contra esa fuerza invisible cuyo poder reside justamente en ser invisible. Eso que nos ve pero que nosotros no podemos ver, que se convierte en una amenaza constante porque siempre nos acecha y está ahí aunque nosotros no podamos verlo.

En una extraña pero efectiva combinación de terror psicológico y horror gótico, la atmósfera del filme logra tensionarnos con esos inquietantes e hipnóticos planos fijos de espacios vacíos que registran la inmovilidad de los objetos, tanto que una silla vacía, o una sábana con pisadas logren inquietarnos a tal punto de compartir con la heroica protagonista el mismo terror frente a esa presencia invisible y siempre acechante…

El hombre invisible

Lo interesante es pensar qué es lo que hace a una persona invisible. El traje es una metáfora que quizás esté aludiendo al dinero y al poder que hace que la persona que lo lleve puesto sea invisible ante la mirada de los demás, es decir, que pueda actuar impunemente cometiendo crímenes sin ser castigado por la ley. Y este es uno de los planteamientos más relevantes del filme. Valdría preguntarnos qué ocurriría si nuestras malas acciones, crímenes, asesinatos, no tuvieran consecuencias adversas para nosotros justamente porque amparados por ese traje, que nos hace invisibles, nadie se enteraría de nuestros actos. Seguramente, garantizada la impunidad, seguiríamos cometiendo más crímenes amparados en nuestra propia invisibilidad.

Por Gabriela Mársico
@GabrielaMarsico