Ant-Man: El hombre hormiga

Crítica de Marina Scardaccione - Función Agotada

Que exista un Ant-man es una idea ridícula. Este superhéroe es un tipo que se pone un traje especial que, al apretar un botón, libera una partícula llamada “pym” que causa que los átomos de su cuerpo estén más cerca y, por lo tanto, pueda reducir su tamaño pero, a la vez, tener muchísima fuerza y, además, mediante una especie de audífono, poder comunicarse telepáticamente con sus aliadas, las hormigas. Por supuesto que los creadores de Ant-Man sabían que tenían entre manos un personaje kitsch y absurdo, y es por eso que le entraron a la película de lleno del lado de la comedia, reclutando a pesos pesados. Sus guionistas fueron nada más y nada menos que Joe Cornish (Attack the Block), Edgar Wright (Shaun of the Dead, Hot Fuzz, Scott Pilgrim vs the World, The World’s End), Adam McKay (Anchorman 1 y 2, Talladega Nights: The Ballad of Ricky Bobby) y Paul Rudd (Clueless, The 40-Year-Old Virgin, This is 40). Inicialmente, la película iba a ser dirigida por Wright, pero éste fue reemplazado por Peyton Reed (Bring it On, Yes Man) después de que Wright se abriera del proyecto debido a que entre los que ponían la papota y él existían “diferencias creativas irreconciliables”.

El acercamiento cómico es entendible, sería imposible tomarse en serio a un súper héroe hormiga y, si bien hay un gran mérito en no haberlo convertido en un chasco, lo que hace a la comicidad en Ant-Man: El Hombre Hormiga no termina de funcionar. El humor está regulado, contenido, no hay mucho en juego a nivel trama ni a nivel emoción. Scott Lang (Rudd), un ex convicto Robin Hoodesco, quiere probarle a la madre de su hija que puede ser un buen padre. Scott es reclutado por el Dr. Hank Pym (Michael Douglas) para evitar que su ex protegido, Darren Cross (Corey Stoll), le venda la fórmula para encogerse a los malos (los HYDRA). Una historia de redención que involucra frases tales como: “lo hago por mi hija”, “sé el héroe que tu hija ya piensa que eres” y todas esas giladas. Dejando esto de lado, me atrevo a decir que Paul Rudd la juega demasiado de simpático y lindo. Nos regala un planito de su lomo laburado a lo tablita de lavar la ropa pero, la verdad, hubiera preferido que le dedique más tiempo a trabajarme los chistes que a hacer abdominales. Hasta los chistes que funcionan, -porque varios funcionan- se ven opacados por este miedo al riesgo de probar otra cosa, a punto tal que todo resulta deserotizante, como si te cogieran con las medias puestas. Y quiero agregar que hay algo un poquito cuestionable en la decisión de que los “minions” de Ant-Man sean un latino, un negro y un italiano, y que sus chistes funcionen solamente porque pertenecen a minorías étnicas.

La verdad, a Ant-Man no le da el piné para tener su propia película.
A Ant-Man: El Hombre Hormiga le falta decisión y huevos para poder ser una en sí misma y no una más de la masa Marvel. Podríamos atribuírselo al cambio de director sobre el pucho -el estudio ponía las fichas en la personalidad y onda de Wright que laburó en el proyecto unos 8 años-. Será porque ya de por sí el mundo que rodea a Ant-Man no es muy interesante. Este súper héroe carece de mérito propio a la hora de recibir toda esta atención. O acaso Marvel está tirando un poco mucho de la cuerda: Ant-Man no se siente como un estreno merecido, sino como una necesidad de mantener la fábrica andando y hacer entrega de una película sin ningún propósito más que el de sumar otro personaje marketineable a una línea de productos que no para de crecer. Digo, ¿realmente es necesario sumar a este grupete otro miembro nuevo? Porque, la verdad, a Ant-Man no le da el piné para tener su propia película.

Así como Guardianes de la Galaxia es la prueba de que algunas veces se puede agarrar a los personajes más marginales y kitsch de Marvel y hacer una gran película, Ant-Man es la prueba de que otras veces, no.