Ant-Man: El hombre hormiga

Crítica de Diego Papic - La Agenda

El superhéroe sensible

Dentro de la uniformidad del universo Marvel, ‘Ant-Man’ se destaca por la originalidad de las escenas de acción y por la emoción.

Con el estreno de Ant-Man: El hombre hormiga ya son doce las películas pertenecientes al Marvel Cinematic Universe y creo que recién ahora estoy empezando a saber qué decir sobre ellas. Ya se ha dicho acá: son todas bastante parecidas entre sí. Aunque los sommeliers de Marvel puedan decir que tal película es “malísima” y tal otra es “genial”, aunque encuentren diferencias que los legos no llegamos a discernir, Marvel Studios y su factótum Kevin Feige trabajan claramente con una idea de unidad.

Esto no quiere decir que no haya diferencias. Guardianes de la galaxia sorprendió con un humor desatado (y bastante adulto) y un soundtrack pop irresistible, mientras Capitán América –sobre todo la segunda, El soldado del invierno– se ponía el traje de thriller de espías, pero las dos –y todas las demás– siguen teniendo una estructura parecida. Ver en Guardianes de la galaxia un cambio radical es distraerse con el árbol –las canciones de David Bowie y James Brown– y perder de vista el bosque: las insulsas y megalómanas peleas entre superhéroes de diferentes colores.

Quizás Ant-Man, la última película de la que se dio en llamar “segunda fase” de películas del MCU –que empezó hace dos años con el estreno de Iron Man 3–, sea la que verdaderamente se destaque por lo diferente. En primer lugar por las características del superhéroe. A diferencia de los X-Men, los Avengers no tienen poderes muy originales y es posible que, al menos en parte, ahí radique la similitud en todas las escenas de acción. Esto se ve claro en las dos Avengers: las secuencias cúlmines son un trámite de explosiones y disfraces que colisionan sin demasiada inventiva. Pero Ant-Man es un superhéroe con poderes distintos y esto se aprovecha bien.

El poder de Ant-Man es, como se pueden imaginar, la posibilidad de reducir su tamaño al de una hormiga. En realidad él no tiene ese poder, sino que está en su traje. El verdadero poder de Scott Lang (Paul Rudd) es el de ser un buen ladrón: sabe cómo penetrar sistemas de seguridad aparentemente inviolables. Por eso pasó tres años en la cárcel –aunque su delito tenía, en última instancia, buenas intenciones– y por eso no puede ver a su hija (Abby Ryder Fortson, la nueva nena cute oficial, a quien se puede ver en las series Transparent, The Whispers y Togetherness).

Lang es contactado por el Dr. Hank Pym (un Michael Douglas trabajando a reglamento) para que se ponga el traje de Ant-Man y, uniendo su capacidad furtiva a la posibilidad de reducir su tamaño, penetre en su compañía y destruya el prototipo de Yellowjacket, un traje similar que está en poder del villano Darren Cross (Corey Stoll, el Peter Russo de House of Cards). Todo esto será con la ayuda de la hija de Pym, Hope van Dyne (Evangeline Lilly, más conocida como Kate de Lost), que lo entrenará en el arte de la lucha y será, previsiblemente, su interés romántico.

Ant-Man tarda en arrancar porque se demora en un prólogo demasiado extenso en el que se presenta a Lang y a su familia, pero esa demora garpa al final: es la película de Marvel que más emoción tiene –emoción humana, no asgardiana– y eso es gracias a que se toma el trabajo de que los personajes sean tridimensionales.

Hay, eso sí, algo de “sábana corta”. Pareciera que Ant-Man se gasta toda su energía en la originalidad de las escenas de acción –originalidad ausente en casi todas las otras películas de Marvel– y no le da la nafta para que funcione el humor. Se nota un intento de protagonista a la Robert Downey Jr. y está Michael Peña como comic relief, pero el resultado en ese sentido es bastante flojo, muy lejos del de Guardianes de la galaxia.

Acá se lamenta la baja de Edgar Wright –responsable de las extraordinarias Muertos de risa y Arma fatal–, que iba a ser el director y se bajó por diferencias creativas con Feige. Está claro que la intención es ir a lo seguro y tender a la uniformidad. Es una pena pero tiene sentido: un paso en falso tiraría abajo toda la cuidadosa ingeniería de estrenos y productos planeados hasta 2019. Pero habría que ver si esta falta de riesgo no se les vuelve en contra en algún momento.