El hombre del norte

Crítica de Santiago García - Leer Cine

Hay que tener un corazón de piedra para ver las primeras escenas de El hombre del norte y contener la risa. La apuesta del director es intensa y juega al borde de la comedia, tal vez sin proponérselo. La mitología nórdica funciona muy bien en papel, pero al convertirla en película, un realizador asume riesgos que no siempre tienen los mejores resultados. Una vez superado ese comienzo las cosas se ordenan un poco y uno se acostumbra a la ridiculez.

La historia es bastante sencilla e incluso familiar. En el año 895, en Islandia, el rey Aurvandill War-Raven (Ethan Hawke) es asesinado por los hombres de su hermano, Fjölnir (Claes Bang), quien luego de una masacre huye llevándose a la esposa de su hermano muerto, la reina Gudrún (Nicole Kidman). Uno de los hombres de Fjölnir intenta matar al príncipe Amleth, pero este consigue escapar y jura venganza. Ya adulto (interpretado por Alexander Skarsgård) consigue acercarse nuevamente a quien mató a su padre y decide emprender finalmente su tarea al mismo tiempo que busca rescatar a su madre.

Amleth es, como se puede adivinar, un predecesor directo de Hamlet, el protagonista de la obra de William Shakespeare. Se trata de una conocida leyenda medieval escandinava que como tal ha tenido muchas versiones. Al cine ha llegado en una película de 1994 con Christian Bale en el rol del príncipe. Pero la película de Robert Eggers termina su parecido con la historia que conocemos en la estructura dramática, el resto es su propio universo visual, plagado de influencias pero lejos del universo de Hamlet como lo conocimos a partir de Shakespeare.

Eggers dirigió dos largometrajes previamente a este. La bruja (The Witch, 2015) y El faro (The Lighthouse, 2019) lo colocaron rápidamente entre los directores más valorados del cine actual. El hombre del norte es una película más masiva pero sigue buscando colocar el elemento estético en un primer plano. El faro, hasta hoy su mejor película, era un ejemplo perfecto de porque la experiencia cinematográfica en una buena sala de cine es superior al streaming o cualquier modo de visualización hogareño. No solo la fotografía, sino también el sonido, eran tan intensamente minuciosos que se disfrutaba cada instante de una forma que sólo el cine puede dar. El hombre del norte falla en muchos aspectos, pero la sensación de ver una película de alguien que está intentando hacer un cine deslumbrante no puede ser pasada por alto. Hay planos inolvidables en la película, aunque Eggers no logra dar el gran salto entre su costado pretencioso y el espectáculo cinematográfico en estado puro. Sus planos no consiguen la fluidez narrativa que nos haga creerle todo su universo plástico y asumirlo como parte de la historia.

Se ha dicho mucho sobre la colaboración entre Robert Eggers y Sigurjón Birgir Sigurðsson, más conocido como Sjón, un famoso poeta e intelectual nórdico. El motivo es recuperar el idioma y reproducir una forma creíble de hablar para los personajes. Pero su esfuerzo por rescatar el idioma, la cultura y las expresiones se detiene de golpe porque todos los personajes hablan en inglés, algo que en una propuesta como esta es evidente que se trata de una contradicción. ¿Lo hizo por la taquilla? ¿Por el mercado? ¿Por comodidad? Comparemos con Apocalypto (2006) dirigida por Mel Gibson. Una apasionante y entretenida película sobre la cultura maya hablada en el idioma correspondiente, sin estrellas, con respeto por la realidad pero con grandes licencias poéticas donde el cine las pedía. Incluso el máximo éxito de taquilla del 2004, La pasión de Cristo, Gibson la realizó usando diálogos en arameo y latín. Eggers no se arriesga tanto ni está obligado a hacerlo, pero intenta difundir la idea de que sí lo hace.

Algunas escenas son muy violentas, otras son deslumbrantes, varias son ridículas y otras consiguen transportarnos a un mundo creado por el director. Parece un lujo criticar a alguien que apuesta más al cine que el resto de sus contemporáneos, pero lo único que se juzga aquí es el resultado. En su momento John Boorman también asumió un gran riesgo cuando hizo la espectacular y a la vez artificial Excalibur (1981), otro título que parece haber inspirado a Robert Eggers. Pero una vez más, la historia allí funcionaba, acá se estanca en una sola idea y se extiende más allá de lo necesario. El protagonista, por otra parte, es lo menos interesante de las dos horas veinte minutos de El hombre del norte, lo que tampoco es una buena noticia.