El hombre del norte

Crítica de Nazareno Brega - Clarín

Hamlet debe ser la fuente utilizada con mayor frecuencia a la hora de narrar una venganza familiar y El Rey León tal vez haya sido hasta ahora su ejemplo cinematográfico más extremo.

Robert Eggers, el cineasta que ya brilló en La bruja y El faro, decide recorrer el camino inverso para poner patas para arriba un relato remanido al contar la leyenda nórdica de Amleth, esa misma a la que William Shakespeare recurrió como esqueleto de la tragedia de su príncipe más reconocido.

Amletth (Alexander Skarsgård) está obstinado en vengar la muerte de su padre (Ethan Hawke) en manos de su tío (Claes Bang), que así se apoderó del trono y de la madre del joven (Nicole Kidman).

“Te voy a vengar, papá. Te voy a salvar, mamá. Te voy a matar, tío”, repite cual mantra el príncipe apenas consumado el fratricidio que sirve como pulsión exclusiva del protagonista hasta que se cruza con una esclava llamada Olga (Anya Taylor-Joy), que le ofrece una salida no violenta que el enamorado Amleth igual deja pasar como si fuera preso de su destino trágico.

Ella es la única que lo aleja, al menos durante una única escena que le da un respiro, de un violento universo que salpica sangre a borbotones.

Brujos, valquirias y cuervos
Robert Eggers mantiene el fetiche por las leyendas aterrorizantes y su atención y tensión a partir de cada rito de la vida de antaño en su tercera película, pero esta vez desestima que sus animales mágicos y seres sobrenaturales, como la cabra diabólica y la joven hechicera de La bruja o la gaviota maldita y el tritón de El faro, agarren desprevenidos y sorprendan espectador.

Esta historia repleta de brujos, valquirias y una profética bandada de cuervos tiene su final escrito desde el momento en que el espectador se sienta en la butaca y se deja llevar por el espiral de violencia.

El hombre del norte es una especie de versión sin concesiones, oscura y violenta de Gladiador, aunque el cineasta prefirió definir a su película como una mezcla de Conan, el bárbaro y Andrei Rublev de Tarkovski.

Es imposible mirar la película sin pensar en la megalomanía cinematográfica de Mel Gibson, pero el compromiso audiovisual de Eggers es absoluto y, a diferencia de Gibson, nunca pierde el norte en cuestiones superficiales para el cine como respetar una lengua extinta, por más que uno de sus brujos (Ingvar Sigurðsson) brinde una clase magistral de sonidos guturales que inducen el trance en una de las tantas secuencias atractivas de El hombre del norte.

Entre esos desconcertantes seres mágicos que pululan alrededor de Amleth también Willem Dafoe y Björk, en su regreso al cine en compañía de su debutante hija, tienen lugar para darles sus presagios al protagonista.

Esas apariciones estelares fugaces son claves para darle aire a la película más violenta de un cineasta que se caracterizó por la construcción de atmósferas incómodas.

El solo hecho de cruzar como madre e hijo a Kidman y Skarsgård después de la serie Big Little Lies, donde él interpretó al marido abusivo de ella, ya es inquietante sin necesidad de esperar la compleja resolución del conflicto familiar cerca del final de El hombre del norte.

Todo contribuye a crear el clímax para el duelo final en las Puertas del Infierno, con un volcán activo de fondo, en un combate digno de los finales de la saga Star Wars, pero donde sabemos de antemano que solo habrá lugar para vencedores vencidos.