El hombre del futuro

Crítica de Alejandra Portela - Leedor.com

Coproducción con Chile, El hombre del futuro, de atractivo título, se estrena este jueves en la Sala Lugones de Buenos Aires. Es de desear que como en sus funciones en el reciente Festival de Mar del Plata, el público acuda a la sala y la llene.

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A propósito del título, cuando le preguntan a Felipe Ríos, guionista (junto con el argentino Alejandro Fadel) y director, dice: “El hombre del futuro es todo lo que queremos ser. Es un hombre sano, siempre joven, lleno de amor; un hombre tranquilo y sin problemas, que tiene todo el tiempo del mundo para él y sus seres queridos.” Una memoria conceptual inteligente y sensible (cosa poco usual en los realizadores) acompaña la gacetilla de prensa que nos llega sobre la película, y allí dos ideas aparecen con fuerza: el tiempo y la posibilidad que el cine dicta sobre transmitir emociones.

Lo primero que surge a partir de ahí es una pregunta: ¿por qué Michelsen, este camionero al que en minutos más se le comunicará su jubilación, irrumpe en llanto sin que el espectador se lo espere.? La emoción aparece y el cine, hábil manipulador, está allí para dejarla: planos largos y cortos y un sonido que es más la extensión de una nota apuntala la pregunta.

Este actor, José Soza, muy conocido en Chile, es un Michelsen impecable: ese hombre mayor cuya única falta parece haber sido trabajar toda su vida en el camión y no expresar demasiado sus sentimientos, con algún amor por allí, con una familia a la que descuida y una hija que ya es grande, quiere ser boxeadora y tiene una contradicción con esto de buscar al padre. Ambos, padre e hija emprenden un viaje en paralelo que los hará reencontrar en un punto del camino. Michelsen con una joven que levanta en el camino (María Alché) y Elena con un pícaro camionero que la lleva buena parte del camino.

La historia transcurre en paisaje del sur: en el recorrido de la ruta austral que va de Cochrane a Villa O Hggins: las montañas, el bosque, las ovejas, las estancias, los lagos, el alto en el camino, la tumba de un padre, dan el tono a ese Chile interior en el que las personas exteriorizan apenas su paisaje interno.

Film de gestos, acciones pequeñas, sonido (Catriel Vildosola) y música (Alejandro Kauderer) realmente destacables, un viaje hacia un reencuentro y una reconciliación.

Muy recomendable