El hombre de al lado

Crítica de Martín Iparraguirre - La mirada encendida

Los límites de una clase

Galardonada con el premio a Mejor Película Argentina en el 24 Festival Internacional de Mar del Plata –junto a TL-2, la felicidad es una leyenda urbana, de Tetsuo Lumière, filme por completo diferente-, la última obra de la dupla formada por Gastón Duprat y Mariano Cohn venía precedida de un prestigio inusual para este tipo de cine, algo resaltado desde la propia propaganda (“Llega la película argentina más premiada del año”, repite la omnipresente publicidad). Su propuesta también prometía: analizar en miniatura la lucha de clases instalada hoy en Argentina, a partir de un caso puntual, el enfrentamiento entre dos vecinos por un típico problema de cohabitación, de esos que suelen poblar los noticieros del país. Claro que los resultados suelen ser diferentes a lo que promete la publicidad, arte del engaño por excelencia, y si bien El hombre de al lado no es una película más, está lejos de constituir una obra maestra, que consiga todo lo que se propone.

Acaso el principal problema de la película de los realizadores de Yo Presidente (2006) y El artista (2008) deriva de un dilema que acosa a cualquier cineasta que intente abordar a una clase social diferente a la que integra, sobre todo si es la clase baja: ¿Cómo filmar a ese Otro cuya imagen viene formateada insistentemente por la televisión? ¿Cómo evitar estigmatizarlo, menospreciarlo, caer en aquello que se intenta criticar? Un dilema que Duprat\Cohn nunca consiguen resolver del todo, acaso porque su película termina confirmando ése punto de vista que aspiran a cuestionar. El plano de apertura hace gala de una capacidad formal infrecuente: mientras pasan los títulos sobre una pared dividida en dos por sus colores, alguien comienza a hacer un boquete en una de ellas, que termina repercutiendo en la pared contigua. Síntesis perfecta de la película, desde ése plano se puede anticipar el conflicto que sobrevendrá entre Leonardo (Rafael Spregelburg), un reconocido arquitecto y diseñador de la aristocracia porteña, que vive en una famosa casa de La Plata (la única casa creada por el pintor y arquitecto franco-suizo Le Corbusier en América, que en realidad está abierta al público), junto a su mujer e hija pre-adolescente, y Víctor (Daniel Aráoz), su nuevo vecino del edificio contiguo, un cordobés perteneciente visiblemente a otra clase social. Quien inicia el boquete es precisamente Víctor, que se encuentra refaccionando su hogar y ha decidido hacer una ventana en la pared que funciona de medianera con la casa de Leonardo, que inmediatamente sentirá invadida su privacidad (su casa es puro ventanal) e intentará detener el emprendimiento. “Sólo quiero capturar unos rayitos de ese sol que a vos te sobra”, argumentará Víctor, un personaje estereotipado a más no poder, que representa verdaderamente un Otro absoluto para Leonardo y los suyos, pero que paulatinamente se irá metiendo a fuerza de insistencia en su vida y la de su familia. Comedia negra con aires de trhiller, Duprat\Cohn adoptan el punto de vista de Leonardo desde un principio, pues el objetivo de fondo es desnudar las hipocresías de ésa clase acomodada: un matrimonio que es pura fachada, la cultural como mera marca de snobismo, la incomunicación y el egoísmo a ultranza que separa a padres e hijos, se empezarán a mostrar delicadamente a partir de los detalles de su cotidianeidad (la decoración de una pieza, gestos mínimos de los personajes, diálogos en apariencia intrascendentes).

Hay un oficio ostensible en el trabajo de los directores, que recurren a encuadres de una belleza infrecuente, y que paulatinamente irán intensificando las ambigüedades de sus personajes, e intentarán problematizar la construcción de ese Otro que nunca alcanzamos a descifrar, acaso porque constituye la representación de una clase social: la de Leonardo. Por eso vale la pena destacar la capacidad formal de la dupla directriz, que exhibe un manejo acabado de los géneros y del lenguaje cinematográfico, que es capaz de abordar con eficiencia diferentes tonos en la película, de narrar desde los detalles y de construir climas plenamente sugerentes. Pero hay también cierta fascinación con esa vida de aristocracia que se termina imponiendo, un doble discurso que no sólo se refleja en el personaje de Araoz sino que también se revela en la forma en que es filmada esa casa de Le Corbusier -con preeminencia de planos medios y planos secuencia que se regodean en la belleza de ésa arquitectura moderna y de esos espacios abiertos-, en la decisión de mirar siempre desde la ventana de Leonardo, en cierta receta ridícula (jabalí al escabeche) de Víctor que será insertada en los créditos finales como un gag humorístico que en realidad sirve para ratificar los límites de la propuesta de Duprat\Cohn, incapaces de ver más allá de los estereotipos. Una propuesta que esconde, así, una mala conciencia de clase, que intenta exorcizar sus propios fantasmas pero que nunca logra trascender sus prejuicios.

Por Martín Ipa