El Hobbit: Un viaje inesperado

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Completando al Profesor

Tanto las cuatro novelas que publicó en vida (“El Hobbit” y la trilogía de “El Señor de los Anillos”) como las dos que le publicó en vida su hijo Christopher (“El Silmarillion” y “Los hijos de Húrin”) son apenas la pequeña punta del iceberg del legendarium construido a lo largo de décadas por el profesor de Cambridge John Ronald Reuel Tolkien, integrante del grupo de los inklings: académicos gustosos de la fantasía y las mitologías propias y ajenas, como Clive Staples Lewis, creador de “Las crónicas de Narnia”.

Entre la primera posguerra mundial y su muerte en 1973, “El Profesor” (como le llaman sus fans) cumplió el sueño que Jorge Luis Borges plasmó en “Tlön, Ukbar, Orbis Tertius”: un mundo ficticio con sus propias lenguas, geografía, incluso con su propio génesis del mundo (tal vez el más bello: “La Ainulindalë o Música de los Ainur”). En ese transcurso fue gestando versiones de linajes y personajes, algunos definidos tardíamente (como Lady Galadriel, “terminada” durante la escritura de “El Señor de los Anillos”). Todas esas versiones se recopilan en la “Historia de la Tierra Media”, material de consulta para fanáticos.

El origen

Entre medio, alguna lectura compartida con los inklings lo estimuló a escribir un cuento para sus hijos, donde una criatura de una especie mediana (cuyo origen y linaje nunca había explorado) que vivía en un agujero en el suelo pero parecía un señor británico del mundo rural salía a vivir una gran aventura junto a un mago y 13 dwarves (raza cuyo nombre siempre se traduce como “enanos”), para enfrentar un dragón, y conocer elfos, y enfrentar temibles orcos, que ese cuento son llamados trasgos (goblins).

Justamente: tal vez porque era originalmente un cuento infantil, o porque no lo veía tan comprometido con el legendarium; o quizás después, cuando un editor descubrió el material y decidió publicarlo, Tolkien “lavó” ese material de referencias a su mundo fantástico: Thranduil (padre de Legolas) aparece mencionado como “Rey Elfo”, Lord Elrond tiene una aparición menor, su pueblo aparece menos glamoroso, no hay lenguas extrañas, Gandalf es un vejete no tan poderoso (no un maia llamado Mithrandir ni Olórin) y así.

Sólo queda una aventura desnuda de una compañía algo alocada, que arranca humorística y termina con ribetes trágicos; que va “de la sartén al fuego”, como dice en el texto, de un conflicto al otro, y finaliza con un giro argumental extraño pero justificado en ese contexto.

Ampliación

Ese es el material sobre el que trabajó Peter Jackson para concretar su adaptación de “El Hobbit”, 11 años después de su monumental versión de “El Señor de los Anillos”. Pero aquí la operación fue la inversa: si aquel relato era un trilogía que había que “hacer entrar” en tres películas de tres horas (desmesura del autor: su “King Kong” dura lo mismo, y eso que el mono de marras no aparecía hasta la mitad), aquí decidió expandir la novela original a una trilogía de tres horas cada parte.

¿Pero expandirla hacia dónde? Hacia la esencia del autor. Jackson tolkieniza “El Hobbit”: lo llena de relatos, de nombres, de referencias. Los elfos lucen en todo su esplendor y hablan sindarin todo el tiempo, aparece Radagast el Pardo (casi uno de los Brujos de la Tierra de la “Saga de los Confines” de Liliana Bodoc) para introducir la subtrama del “Nigromante” (de importancia para lo que vendrá después, es decir, los sucesos de “El Señor de los Anillos”), que reúne al Concilio Blanco con Gandalf, Elrond, Saruman el Blanco y Lady Galadriel. La estética está determinada por los ilustradores oficiales, Alan Lee y John Howe, y la música de Howard Shore le da un particular sabor irlandés a hobbits y enanos.

Sin respiro

Otra expansión es la aventura: Jackson y sus coguionistas habituales, Fran Walsh y Philippa Boyens, más Guillermo del Toro (quien iba a ser el director en un momento), explotan a más no poder el espíritu del libro, en el que la compañía liderada por Thorin Escudo de Roble se la pasa siendo capturada, escapando, siendo aplastados, cayendo en abismos o siendo rescatados a último momento por fuerzas benefactoras. Como en “King Kong”, el neozelandés estira las escenas de lucha o de persecución hasta que el espectador dice “basta, ya está, que se salven y listo” (cambiando un poco las situaciones con respecto a la novela).

Y por supuesto, esa desmesura narrativa se plasma en desmesura visual: con los últimos adelantos técnicos desarrollados por su compañía Weta Digital, Jackson vuelve a levantar el rasero. Filmada a 48 cuadros por segundo, el doble de lo habitual (versión que se puede ver en los cines), en 3D, con renovados recursos de animación digitalizada y una fotografía luminosa (y seguramente muy retocada digitalmente), genera una sensación hiperrealista que llama la atención al principio (durante la secuencia previa, por ejemplo, con Frodo y Bilbo viejo) pero después uno termina acostumbrándose: es el caso de las expresiones faciales de Gollum, bajo cuya textura digital se esconde nuevamente el actor Andy Serkis (también director de segunda unidad).

Hay algunos cambios en la historia, para reforzar el enfrentamiento entre Azog el Trasgo, matador de Thror, Rey bajo la Montaña y el nieto de éste, Thorin (en la novela original aparece su hijo Bolg).

Rostros de fantasía

Por supuesto, todo esto no se podría hacer sin un elenco de hierro que pueda actuar como un ensamble perfecto: ahí están Graham McTavish (Dwalin), William Kircher (Bifur), James Nesbitt (Bofur), Stephen Hunter (Bombur), Dean O’Gorman (Fili), Aidan Turner (Kili), John Callen (Oin), Peter Hambleton (Gloin), Jed Brophy (Nori), Mark Hadlow (Dori), Adam Brown (Ori) y Sylvester McCoy (Radagast). Ken Stott luce como el viejo Balin, y Richard Armitage está perfecto como Thorin (el momento de su canción es sublime). Por supuesto, Martin Freeman parece la elección ideal para Bilbo. Y allí está también Ian McKellen: imposible imaginarse ya un Gandalf con otras facciones y gestualidad.

Entre los cameos, además de Serkis vuelven Ian Holm (Bilbo anciano) y Elijah Wood como Frodo. El veterano Christopher Lee vuelve a ser Saruman y Hugo Weaving impacta sólo con su entrada, en la piel de Elrond el Medio Elfo. Y los pocos minutos en que aparece Cate Blanchett como Galadriel (conocida como Nerwen Alatáriel, hija de Finarfin, en las Tierras imperecederas de Aman) justifican las tres horas de película.

Y esto es sólo el principio: la narración llega hasta el refugio de las águilas y la visión lejana de la Montaña Solitaria, donde duerme el temible Smaug. La aventura recién comienza.