El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

Las águilas llegan

Canta, oh musa, el hubris de Peter Jackson; hubris funesto que causó infinitos males a la Tierra Media y precipitó al cine muchos espectadores. Canta sobre cómo adaptó para el cine tres libros en tres películas – El Señor de los Anillos (The Lord of the Rings, 2001-2003) – y luego la codicia del dragón le instó adaptar un cuarto libro, El Hobbit, en otras tres películas de igual longitud.

Canta, oh musa, todas las superfluidades que tuvo que inventar para llenar 474 minutos de duración total. No es que no le esté permitido al guionista agregar y quitar cosas en el proceso de adaptación, pero el resultado ha de tener unidad dramática. Y muchas de las cosas que ocurren en El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos (The Hobbit: The Battle of the Five Armies, 2014) saben más a cambio suelto que a la parte orgánica de un todo.

Tenemos las escenas de Gandalf el mago (Ian McKellen) y su Liga de la Justicia, luchando en algún lado contra enemigos que no guardan relación con el conflicto central de la película. Tenemos las escenas de Bardo el arquero (Luke Evans), quien comete el error de confiar en el servil Alfrid (personaje inventado) unas cinco o seis veces, rutina cómica que no tiene lugar en la trama ni recibe ningún tipo de conclusión. Y tenemos a Tauriel la elfa (Evangeline Lilly), que junto a Kili el enano (Aidan Turner) forma una pareja de amantes malhadados que existe por el mero hecho de poder decir que esta película tiene ¡Acción! ¡Aventura! ¡Y romance!

Recapitulemos: al final de la segunda película el dragón Smaug se dirigía a atacar la ciudad lacustre de Esgaroth. La tercera película abre con la espectacular incineración de la ciudad, que se resuelve tan rápido (antes de que aparezcan los títulos) que nos preguntamos por qué Jackson no hizo de este episodio el clímax de la película anterior en vez de dejarnos con medio final. Desposeídos, los sobrevivientes marchan hacia Erebor a reclamar su parte de las riquezas de la montaña, donde aguarda el rey enano Thorin (Richard Armitage), alocado por la codicia y listo para defender el reino que ha recuperado a muerte.

Nunca hubo necesidad de dividir el pequeño gran relato de J. R. R. Tolkien en tres partes. El libro posee poco más de 300 páginas, y la epónima Batalla de los Cinco Ejércitos ocupa 4 de ellas. En la película se traduce en 45 minutos de acción que abusa de imágenes computarizadas y logra ser menos impactante que el asedio de Helm’s Deep en El Señor de los Anillos: Las Dos Torres (The Two Towers, 2002) o la Batalla de los Campos de Pelennor en El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey (The Return of the King, 2003). Si las batallas de El Señor de los Anillos movían realistamente ejércitos enteros, las de El Hobbit se concentran en las proezas implausibles y súper-heroicas de sus personajes. ¿Recuerdan cómo Legolas solía tener un stunt fabuloso por cada película? Ahora todos los personajes tienen su momento de circense gloria.

Todos menos Bilbo, el hobbit (Martin Freeman). Casi se me olvida, pero para el caso la película también lo olvida. Freeman fue, es y siempre será no sólo el mejor Bilbo, sino el mejor hobbit. Y por ello es una pena verlo desperdiciado en la película que lleva su nombre. A esta altura podría decirse que el verdadero protagonista de la trilogía es Thorin, el desposeído rey enano (Richard Armitage), y efectivamente el arco de su personaje es más curvo y mejor definido que el de Bilbo. Ambos están excelentemente interpretados y comparten algunas escenas preciosas, prontamente enterradas por la pirotecnia de Jackson.

¿Qué más se puede decir de Jackson? Su primera trilogía le consagró como uno de los grandes mariscales de la cinematografía bélica. Su dirección y composiciones rivalizan las de D. W. Griffith y Sergei Eisenstein. Su segunda trilogía, a pesar de ser distinta tanto en tono como en estilo, y mostrar la hilacha más de lo debido, resulta igual de espectacular y confirma su maestría del género épico. Y si bien no da la impresión de haber hecho la mejor película(s) que podría haberse hecho sobre El Hobbit, su tercer y última entrega es igual de entretenida que las dos anteriores.