El hilo fantasma

Crítica de Nicolás Ponisio - Las 1001 Películas

La nueva obra cinematográfica de Paul Thomas Anderson, y en teoría la última en la prolífica carrera actoral de Daniel Day-Lewis, está cubierta por un aura embriagante de clasicismo en lo que concierne a su forma. Pero en su interior guarda un bello contenido oscuro que entra en un juego de oposición con el carácter clásico, ambos resonando y manejados por el mismo nivel de perfección que maneja tanto el director como el personaje protagónico de su film.

Reynolds Woodcock (apellido que graciosamente entra en la misma categoría de genialidad que el de Dirk Diggler en Boogie Nights), es un renombrado diseñador de moda inglés que confecciona finas piezas de alta costura para la realeza y la aristocracia europea. Su vida y obsesión están enfocadas puramente en su trabajo, en su arte. Anderson nos narra la estructurada y caprichosa forma con la que se maneja día a día Reynolds compartiendo el mismo profesionalismo y búsqueda perfeccionista que su personaje. Y esa búsqueda encuentra su forma final en Alma (Vicky Krieps).

La relación de amor entre modista y modelo encuentra su génesis en la enfermiza necesidad del uno por el otro. Alma, en un principio, significa para Reynolds alguien meramente a su servicio. Se conocen en un restaurant donde ella le sirve como mesera para luego convertirse rápidamente en el modelo de perfección que Reynolds precisa para la creación y el uso de sus vestidos. En su delicada y bella contextura Alma funciona como elemento de trabajo y creación. En cambio, ella ve en la fascinación de Reynolds la idea de ser alguien tomada en cuenta, un sentido de ser especial y de sentirse a gusto con quien es.

Es así como Phantom Thread da a lugar a una historia de amor y obsesión orquestada de una manera refinada y maquiavélica. Anderson logra pasar del romanticismo del primer encuentro a un sutil cambio que se inclina a un mayor tono de incomodidad. Algo que se produce por las obsesivas y agresivas actitudes del artista y por la constante presencia en medio de la pareja de Cyril (Lesley Manville), la hermana y fiel mano derecha de Reynolds que funciona como una extensión del mismo, tanto en lo profesional como en su relación con Alma.

Si Cyril es otra mujer en la vida de Reynolds que sirve meramente a sus propósitos, a cumplir un rol servicial, la misma se convierte en una amenaza para la relación romántica y también, significa la forma que Alma deberá adoptar para complacer en todo a su amado. La inversión de roles de estas mujeres en la vida del modista sirve para pasar de un aspecto sumiso a uno de total poder. La musicalidad del film marca el tempo con que los cambios y deseos de los personajes toman forma y es así como Alma, a través de medios extremos, lograr una necesidad constante de dependencia de Reynolds hacia ella, y por ende de ella hacia él.

Dichos elementos de rareza incómoda se encargan de rodear y habitar cada uno de los espacios de la mansión Woodcock, marcando un interés por parte del director de graficar el desarrollo de una relación enferma. Algo que funciona como reflejo dramático de Punch-Drunk Love, otro film del director que aporta también una mirada a una malsana relación pero desde un aspecto más cercano a la comedia. Lo cierto es que al igual que las satisfechas mujeres que llevan los vestidos de la casa Woodcock, el film pasea los distintos actos de abuso y desequilibrios emocionales de forma elegante, incluso rompiendo los esquemas previsibles. Algo que también entra en un juego de oposición con lo clásico, como también lo es en la historia Alma ya que, a través de su carácter contestatario, poco a poco se convierte en la única que puede oponerse al rigor de Reynolds.

Anderson delinea la figura del hombre y la mujer en una relación construida por el uso de la manipulación. La necesidad y la dependencia de ambas partes malinterpretadas como forma de amor. Es en dichos actos y comportamientos insalubres donde Reynolds y Alma hallan esa falsa idea de bienestar y a la vez consiguen su lugar de igualdad en relación de uno con el otro (algo que incluso comienza a verse de forma hermosa cuando colaboran en conjunto para quitar uno de sus vestidos de las manos de alguien que no lo merece).

Y si bien se puede respirar una latente inquietud en el ambiente, la disposición con la que todo elemento se vuelve parte de lo mismo es lo que hace que sea prácticamente imposible no caer bajo el bello encanto con el que el director confecciona su obra y la oscura relación de sus personajes. Reynolds Woodcock deposita mensajes secretos bajo las costuras de sus vestidos, Paul Thomas Anderson hace lo mismo con la oscuridad de su trama debajo de la refinada elegancia de su prestigiosa obra, de su cine de alta costura.