El hilo fantasma

Crítica de Guillo Teg - El rincón del cinéfilo

Nueva muestra del virtuosismo de éste enorme realizador para degustar una y otra vez su exquisita forma de hacer cine.

Se necesita un estupendo guión para hacer una estupenda película. Siempre ocurre con Paul Thomas Anderson pero, claro, es que él es un estupendo director de cine. “El hilo fantasma” es la última de las nueve nominadas al máximo galardón que faltaba estrenarse, y la espera valió la pena porque es claramente la mejor por concepto, convicción y resultado.

Década del ’50. El Sr Reynolds Woodcock (Daniel Day Lewis) es un diseñador de vestidos de alta costura para la clase más rica de Londres. Está terminado un vestido que entregará a una dama de la nobleza que usará en una importante noche de gala. En ese contexto, y en pleno desayuno, un conflicto entre él y su ocasional mujer, con Cyril (Lesley Manville), la hermana de Reynolds, como silenciosa testigo, origina la separación de la pareja y una escapada del hombre para desenchufarse. La casualidad lo cruza con Alma (Vicky Krieps), una camarera de bar de pueblo que, al momento de irse con él adivinamos cual puede ser el posible ciclo de ese vínculo, e intuimos que lo importante será, justamente, saber qué tiene de particular dicho vínculo y por qué el director los eligió a ellos para indagar nuevamente en los costados oscuros del ser humano. Similar a lo que hizo en “The Master” (2012) con los personajes de Joaquin Phoenix y Phillip Seymour Hoffman.

“El hilo fantasma” no es una película sobre la moda, ni el modelaje ni la alta costura, pero utilizará todos estos elementos como la metáfora perfecta de la superficialidad, y a su vez calará bien profundo en la psiquis de los personajes para descubrir e indagar sobre la soberbia como sustento vital para sostener las almas cuando éstas están vacías. En este punto, estamos frente a una radiografía del ego, y como tal sólo se puede ver bien a través de la luz.

Así, es ese comienzo brillante, con cuatro minutos de planos en donde descubrimos el nivel de minuciosidad de Reynolds. desde su forma de lustrar los zapatos y su aseo personal, hasta su forma de caminar, hablar o servirse agua de una tetera para desayunar. Lo mismo sucede con la casa: la apertura de ventanas, y el ingreso de las costureras en un silencio interrumpido por la mención de sus nombres al pasar por al lado del dueño de casa. Un hombre que construye su exterior y se ha vuelto un experto en hacer lo mismo con los demás. Sus vestidos son sus criaturas y sólo hay tiempo y dedicación para ellas. “Tengo que entregar el vestido. No puedo confrontar en este momento. No tengo tiempo para confrontaciones”, dirá a su futura ex luego que ésta pregunta donde estuvo anoche.

Al entrar Alma en su vida (eufemismos aparte), la mujer de la cual queda prendado, todo va a cambiar. Pronto el espectador podrá hacerse esas preguntas para las cuales Paul Thomas Anderson allana el camino. ¿Está enamorado de Alma o del hecho que sus medidas sean las exactas para confeccionar sus vestidos? Ergo, ¿Está enamorado de él mismo? ¿De su talento? ¿Qué pasaría si ella se rebela a ese “contrato tácito” que mantiene con él?

A no preocuparse porque no habrá un sólo rincón del espíritu de ambos sin recorrer. Es tan profundo a donde llega el guión que cada gesto y cada acción prepara el terreno para lo siguiente, y dónde comencemos a querer volver a la superficie tendremos un nuevo giro en las actitudes que nos mantendrá expectantes.

No puede no mencionarse el trabajo de los tres actores principales. Tanto Lesley Manville como Vicky Krieps componen desde registros distintos, pero siempre pensando y sintiendo en la circunstancia dada, orquestada magistralmente por Daniel Day Lewis. Los tres personajes parecen necesitar gritar para descargarse, pero los cuerpos de los actores contienen ese cúmulo impulsivo y llenan el espacio de los planos con una tensa calma. Es más, será en el último tercio en donde las cartas de los tres quedarán expuestas en la mesa para entender cuán serviles son las debilidades a la construcción de la simbiosis. Un eje que se vuelve tan peligroso como dominante de las relaciones. Una nueva muestra del virtuosismo de este enorme realizador que entrega para degustar una y otra vez su exquisita forma de hacer cine.