El hijo

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

Aunque emule el esquema de su predecesora, El hijo impone un contraste indeleble con El patrón. Radiografía de un crimen (2015). Las dos películas de Sebastián Schindel con protagónico de Joaquín Furriel despliegan un policial en dos carriles narrativos que tiene a un personaje masculino como víctima psicológica y sospechoso jurídico.

Esta vez Furriel es Lorenzo, pintor abstracto que a pesar de su impronta chic de joven cincuentón, barba cuidada, anteojos finos y chalecos de gamuza no puede escapar al destino trágico (que sus lienzos ominosos que concibe en salvaje soledad y su predilección por Saturno devorando a su hijo de Goya parecen anticipar).

El filme comienza con una escena de sexo, que presenta de manera abrupta a la pareja que componen Lorenzo y la bióloga extranjera Sigrid (Heidi Toni, hallazgo noruego).

De manera veloz, el pintor presenta a la mujer a sus amigos Renato (Luciano Cáceres) y Julieta (Martina Gusmán) en una fiesta en la que ella se muestra distante y pronto pasa a quedar embarazada y a exigir consignas extremas para su alumbramiento: reniega de la asistencia médica y convoca a una partera que habla su idioma, además de instalar un laboratorio con propósitos inciertos en el sótano de la casa.

En orden paralelo, se entrelazan segmentos en tiempo presente en que Julieta asiste como abogada a Lorenzo, visiblemente desmejorado y encarcelado por un ataque psicótico del que se declara inocente y que involucra a su mujer y a su hijo.

A medida que la trama avanza y ambos tiempos conectan en un punto ciego (donde el thriller se revela sobrenatural a la vez que esclarece el estado psíquico de Lorenzo), El hijo se atiene a cuidadosos juegos de ambigüedad que esgrimirá hasta su desenlace.

Si antes eran la carne vacuna, la migración rural y la mafia comercial los que orquestaban la “historia extraordinaria”, en El hijo lo serán el arte, la genética y una clase media tan hedonista como inestable: la artificialidad contemporánea y sus demonios se imponen en el segundo filme de Schindel, formalmente más limpio y elegante que El patrón –aunque también desprolijo en detalles, en un género marcado por perfeccionistas–.

Lo interesante es la masculinidad vulnerada que representa Lorenzo, incorrecta en la instancia en que es acusado de violencia doméstica sin pruebas y en la disputa que libra por la tenencia de su hijo (que ya había entablado con las hijas de su pareja anterior, que nunca aparecen).

Sigrid y Julieta (incapaz de tener hijos y con acción heroica hacia el final) son las secretas protagonistas de El hijo, mujeres que encarnan dos éticas en su disposición hacia Lorenzo: una defensiva y otra de compañerismo altruista.