El hijo perfecto

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Sensatez y sentimientos

Algo del orden del ”engaño” perfecto se constituye en los primeros minutos del filme, situación que se termina por agradecer sobremanera al finalizar el mismo y puestos a pensarlo.
Es que, ayudado en este caso por el titulo con el que se estrena en nuestro país, la posibilidad de lectura queda reducida en ese espacio temporal, al punto de vista de la joven Stella (Rebecka Josephson).
Esa perspectiva establecida por la mirada y desde la posición en que se narra la historia, se podría ver entorpecida, haciendo registro de otro discurso, a partir del titulo original “Min lilla syster”, cuya traducción sería “Mi hermana pequeña”.
El filme abre presentándonos a Stella, una púber entrando casi de lleno en la adolescencia, gordita, no muy agraciada, debiendo hacer frente a la ausencia de registro de sus padres, cuyos ojos son todos para su hermana mayor.
Katja (Amy Deasismont) es el ejemplo a seguir, bella, esbelta, casi profesional del patinaje artístico sobre hielo. Mientras Katja compite y gana, Stella presente en el evento obligada por sus padres, posa su mirada, amorosamente, sobre el entrenador de su hermana.
Cuando todo hace suponer que estamos frente a una historia cerrada en los celos se produce un cambio de registro, leve, sutil, la mirada es desde Katja, pero hacia el mundo que la rodea, la mira, la oprime, y ella cree le exige perfección.
Para luego volver sobre el motor impulsor de la historia, la representación del mundo según los ojos de su hermana menor, que a esa altura del relato ha demostrado la cualidad que más la representa, su inteligencia.
La disyuntiva que se le plantea a Stella es una de las verdaderas encrucijadas de la vida, sobre los secretos y mentiras, celos o amor, hacer lo correcto o aplicar sobre el beneficio.
La historia se centra en una familia de clase media, sin conflictos aparentes, salvo que la que trabaja fuera de la casa es la madre, así establecida es la convención familiar. Vive sosegada y satisfecha, hasta que un día, que no es cualquiera, Stella descubre que lo acostumbrado no es la realidad, que esta se complica, que su descubrimiento podría romper esa supuesta armonía, y la convivencia fluiría hacia el descontrol. En esa verdad “revelada” de su hermana, ella se da cuenta que sus padres sólo ven lo que “pueden” ver, no lo que quieren. Katja, a la que admira, cela, ama y sigue, oculta un trastorno psicológico, una incipiente bulimia, trastorno alimenticio del orden de lo severo, caracterizado por atracones y purgas, auto provocación del vomito, o la ingesta de productos que purguen, incluyendo actividad física de exigencia extrema por parte del enfermo, pudiendo producir la muerte.
Stella vivirá el dilema de contar o no lo que sabe, su lucha interna entre hacer lo debido y la lealtad a su hermana, la preocupación por la salud de ella, o la posible sensación de envidia
Un relato, que versa de manera muy adulta, en la mirada de la vida de dos adolescentes, sobre los celos y el amor relatado con empatía, afecto, calidez, profundidad, y mucho sentido del humor.
De estructura narrativa clásica, con progresión dramática casi de manual, que le sienta bien, por cierto, sin demasiadas búsquedas desde lo estético, bella fotografía, sobre todo cuando tiende a mostrar la soledad intelectiva de la niña, una banda de sonido empática sobre las imágenes, cierran con la corrección de los mal llamados rubros técnicos.
Rebecka Josephson y Amy Deasismont, ambas debutantes, a la cabeza del reparto son las que sostienen un guión escrito sobre los detalles desplegados del cortometraje que le dio origen, plasmado por la directora, también debutante, de manera madura, convincente, y muy elocuente.