El hijo perfecto

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Honestidad brutal

Un acercamiento a la problemática de los trastornos alimenticios en esta valiosa ópera prima sueca.

Por su tema y tratamiento, El hijo perfecto es la película que Abzurdah hubiera sido con un poco más de voluntad de encauzar su historia dentro de un relato naturalista en lugar de replegarse a la comodidad de una moraleja políticamente correcta y digerible para todo público. Gélida y distanciada como gran parte del (escasísimo) cine nórdico que llega a estas salas, la ópera prima de la sueca Sanna Lenken es un retrato brutal, crudo y descarnado sobre la bulimia.

El punto de vista recae sobre Stella (Rebecka Josephson), una nena de doce años con las hormonas a flor de piel y un físico bastante alejado de los cánones habituales de belleza. Ella vive a la sombra de su hermana mayor Katja (la cantante pop Amy Deasismont), quien no sólo es francamente hermosa sino también una excelsa patinadora sobre hielo, cualidad que no está precisamente entre las primeras de Stella.

Las chicas llevan una relación tirante, que va de la calidez y la complicidad a la sumisión y el maltrato en una misma escena. En ese contexto, Stella descubre que su hermana es bulímica. Pero Katja sabe cosas que a Stella no le gustaría que se divulguen, y pactan un extorsivo silencio recíproco.

A diferencia de Abzurdah, El hijo perfecto -traducción sin relación alguna con el relato del My Skinny Sister (Mi hermana flaca) original- muestra el deterioro de la protagonista sin concesiones, marcando además las consecuencias para el núcleo familiar. Es cierto que por momentos Lenken parece ensañarse demasiado con la desgracia de sus personajes, pero también que construye un film que nunca los juzga e interpela al espectador con herramientas puramente cinematográficas, dándole la oportunidad de que sea él y no la película la encargada de sacar las conclusiones.