El hijo de Saul

Crítica de Diego Serlin - Todo lo ve

Firme candidata a llevarse el premio a mejor película extranjera en la próxima entrega de los premios Oscar, esta opera prima del director húngaro nos adentra nuevamente en los horrores del Holocausto, pero con una propuesta formal diferente.

Con una cosecha de premios importante -Gran Premio del Jurado y Premio FIPRESCI en Cannes, Mejor película de habla no inglesa en los Globos de Oro, Independent Spirit Awards y Critics Choice Awards, entre otros y nominada a mejor película extranjera en la próxima entrega de los Oscar que se entregaran el próximo domingo-,El hijo de Saúl ubica al espectador casi como testigo participe de un hombre que pone el infierno del holocausto ante nuestros ojos viviendo a la vez la cotidianeidad de una realidad atroz que parece una pesadilla.El actor Géza Röhrig, también debutante, encarna a Saúl Ausländer, un prisionero judío de los “sonderkommando” -aquellos presos que colaboraban en todo el proceso del exterminio en las cámaras de gas y crematorios a cambio de unos meses más de vida- que decide aferrarse al cadáver de un niño al que convierte en su hijo y se propone hacer lo imposible para que un rabino le dé sepultura adecuada. Una misión en medio del horror donde la esperanza fue una obligación para seguir adelante ante el nazismo y su máquina de la muerte.Utilizando un formato de pantalla 1.33:1 -con la imagen cuadrada-, limitando así el área de imagen que el espectador está habituado a ver, el director László Nemes recurre a la cámara en mano y la ubica casi siempre detrás del protagonista siguiéndolo en largos planos secuencias, con una limitadísima profundidad de campo, planos cerrados y primeros planos, que mantienen su entorno fuera de foco consiguiendo una continua sensación de agobio y claustrofobia que nos hace testigos de todo lo que acontece a su alrededor. Con una fotografía oscura que acentúa el horror y una banda sonora hiperrealista en el que cada golpe, grito, disparo y otros sonidos inquietantes fuera de cuadro dejan claro que lo que no vemos e imaginamos es peor de lo que podrían llegar a mostrarnos.Así, la cámara sigue la odisea emocional de ésta víctima y verdugo totalmente insensibilizado por su macabro trabajo pero que busca su redención, al mismo tiempo que transmite el horror individual y colectivo que supusieron los campos, en un relato marcado por su certero retrato de una vivencia inhumana. A diferencia de otros filmes históricos sobre el genocidio judío, como La lista de Schindler -1993- oEl pianista -2002-, El hijo de Saúlnos conecta más con los hermanosDardenne en cuanto a lo formal, y replantea todas las cuestiones importantes respecto a la representación del Holocausto involucrando al espectador no solo mentalmente, sino casi físicamente, en el martirio físico y mental de habitar el mismísimo infierno.Lo formal sorprende más que lo que cuenta, y si bien las terribles acciones no se muestran sino que se sugieren, la atmosfera asfixiante y crudeza de lo que se ve torna a El hijo de Saúl en una película incómoda de ver.