El Grinch

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

El Grinch es una suerte de duende verde creado por Dr. Seuss (Theodor Seuss Geisel), también autor de The Cat in the Hat, que es una parodia del sentido mercantilista que muchos ven en la Navidad. El peludo Grinch vive en una cueva en lo alto de una montaña, desde donde observa la alegría de los habitantes de Villaquién, el pueblo de los Quién. Odia la Navidad, vive con su perrito, Max, y tiene el corazón “dos talles más chico”. Es muy popular en Norteamérica.

Jim Carrey protagonizó la versión de 2000, dirigida por Ron Howard, que es la más recordada por los que vivimos al Sur del Río Grande. Su Grinch tenía mucho de Scrooge, que el actor de La máscara haría luego, con animación computarizada. Y este largometraje animado es de los estudios Illumination, los mismos de Mi villano favorito.

No es difícil parangonar un personaje con otro. Obra de Chris Meledandris, responsable mayor de Illumination, quien retomará la posta con una nueva saga de Shrek, está pensado para un público de chicos más que de grandes, con un humor de slapstick (acciones exageradas de violencia física). El Grinch sigue siendo un cascarrabias, y es en la confrontación de caracteres con los festivos Quién, donde se genera la acción.

Abajo en el pueblo, Cindy planea atrapar a Papá Noel, y de alguna manera se relaciona, para bien o para peor, con El Grinch. De nuevo: son los caracteres disímiles y casi opuestos (lo agrio y lo dulce) los que generan el accionar del filme.

Y lo dicho: hay ocurrencias que los más pequeños disfrutarán más que los preadolescentes o los eventuales acompañantes adultos.

Claro que en la versión doblada al español no está la voz de Benedict Cumberbatch como el peludo verde, ni la de la narración es la de Pharrell Williams (su canción Happy fue nominada al Oscar por… Mi villano favorito 2). Y ya sabemos cómo suelen ser los doblajes, diantres, o coño.