El gran simulador

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Culto al artificio

Quienes hayan disfrutado del documental Amateur encontrarán en la nueva propuesta del realizador Néstor Frenkel otro personaje atractivo y entrañable como el prestidigitador octogenario René Lavand y seguramente quedarán igual de cautivados como el director al haber espiado de cierta manera la intimidad de este notable y auténtico ilusionista.

Claro que al igual que lo que ocurre con un truco de magia todo lo que se deja ver en El gran simulador es en definitiva aquello que habilita el carisma de su protagonista. Pero lo que se esconde o lo que pertenece al terreno de la conjetura, o en el mejor de los casos alimenta un misterio, permanece oculto y al resguardo de cualquier avance o violación de un pacto entre la cámara y su imagen.

Esta idea que para algunos podría resultar defectuosa en realidad guarda coherencia desde el punto de vista conceptual y sobre todas las cosas mantiene vigente el recurso del artificio cinematográfico como parte esencial del cine.

El propio René Lavand a lo largo de su enorme trayectoria con sus trucos de cartas recorrió el mundo desafiando a las cámaras de televisión, elemento que siempre utilizó para darle credibilidad a su destreza manual, aunque consciente de que lo suyo no es otra cosa que un acto de ilusionismo. Por eso, al principio explica que la palabra mago no le sienta bien y de vez en cuando intenta justificar sus ardides y encantamientos bajo fines nobles.

La fascinación de Néstor Frenkel por esta magnética figura, de porte señorial, se transmite de principio a fin y desde ese sentido la utilización de material de archivo -provisto por el propio Lavand- complementa al personaje en varias de sus dimensiones.

Para el hombre de 84 años al que le falta su mano derecha producto de un accidente que tuvo en su infancia -episodio que también originó el mito con varias versiones sobre el acontecimiento e incluso pusieron en duda su veracidad- queda la intimidad junto a su esposa en una cabaña modesta y muy acogedora en Tandil; en su visita médica de rutina para controlar una artrosis importante y en esos pequeños juegos de barajas que en la charla cotidiana con el director de Buscando a Reynolds van tejiendo un vínculo de camaradería que se refuerza a partir del armado del documental y de un truco donde la mano derecha gracias a la magia del cine aparece junto a la izquierda.

La otra cualidad que sostiene toda la imaginería de El gran simulador la aporta el propio protagonista con su capacidad de narrador, que viste cada uno de sus trucos de un ropaje muy especial y son su sello distintivo.

En su nuevo opus Néstor Frenkel reafirma su sensibilidad para extraer momentos de verdad en situaciones de lo más insólitas, donde las máscaras destiñen ese maquillaje que las hace atractivas pero artificiales a la vez, sin embargo, lo más importante es lograrlo desde lo natural y no de manera forzada como en el caso de la visita de un amigo escritor que comparte junto a Lavand un cuento para que incorpore en sus presentaciones. En el abrazo sentido o en la emoción que la cámara de Frenkel capta viven la pureza de su cine. No hay artificio posible para construir esos pequeños retazos de vida y magia.