El gran Gatsby

Crítica de Marisa Cariolo - Loco x el Cine

Baz Luhrmann le da un enfoque popmoderno al clásico de Fitzgerald.

Quien asista a ver un film de Baz Lurhmann debe tener claro cuál es el enfoque y la personalidad que imprime en todos sus films: un tratamiento barroco de la imagen, la música como un importantísimo elemento narrativo y por sobre todo un descontrolado y antojadizo manejo de todos estos elementos juntos. Ya lo vivimos en Moulin Rouge, en donde sonaron canciones de Nirvana, Elton John y Madonna en un París de una extraña dimensión paralela.

Imaginarlo realizando una versión cinematográfica de uno de los clásicos de la literatura norteamericana como lo es El Gran Gatsby podía generar tanto temor por los resultados, como ávida curiosidad por ver cómo su descontrolado estilo finalmente podía liberarse en el marco de las locas fiestas que se dan cita en el relato de Fitzgerald.

Aún para muchos subsiste el recuerdo de aquella versión de los años setenta a cargo de Robert Redford y Mia Farrow, con guión adaptado por el mismísimo Francis Ford Coppola, como una muy interesante adaptación con entidad propia y una impronta visual inolvidable y difícil de emular.

Planteado el desafío, Luhrmann puso manos a la obra con uno de sus actores fetiches, Leonardo DiCaprio (con quien ya había trabajado en su versión más que libre de Romeo y Julieta y con quien planea una versión de Hamlet a futuro) y con Carey Mulligan en el papel de Daisy Buchanan.

La historia nos sitúa en los locos años veinte, donde un misterioso hombre rico y seductor realiza grandiosas fiestas diarias a las que asiste casi toda la alta sociedad y en las que poco participa. Todo este movimiento plagado de luces, sirvientes y derroche ("cada quince días un ejército de proveedores acudía con centenares de metros de lonas y suficientes luces de colores para convertir el enorme jardín de Gatsby en un gigantesco árbol de navidad" nos dice Fitzgerald en su libro) es observado por Nick Carraway (Tobey Maguire) un joven modesto que vive en una pequeña casa contigua a la mansión.

Nick representa la cara opuesta del misterioso Gatsby: es solitario, poco sociable y atraviesa un mal momento económico, pero el destino los cruzará para siempre y tal vez sea el la única persona que llegue a entender cabalmente las motivaciones del solitario nuevo rico para organizar las tan suntuosas reuniones sociales.

Así, una historia que parecía tener un tinte banal perfectamente mostrado por el estilo barroco de filmación de Lurhman se verá complicada por un pentágono amoroso que en todo momento amenaza con explotar.

Sin adentrarnos demasiado en la composición de este enredo amoroso, el espectador disfrutará tanto de las fastuosas fiestas como del incondicional amor que motiva cada uno de los actos del maravilloso Gatsby.

Y esto también es un elemento importante al hablar de este film de Lurhmann, porque más alla de la fama irreverente del director su adaptación del libro (a cargo de él mismo y Craig Pearce) ha sido por demás respetuosa del material original, lo cual -para el estilo de reversiones que nos tiene acostumbrados- no es un dato menor. Con transcripciones literales de muchos de los pasajes de la maravillosa obra de Fitzgerald.

La fotografía a cargo de Simon Duggan muestra el despliegue de la fastuosidad al orden de la diversión y se deleita con el vestuario cuidadosamente realizado por la esposa del director Catherine Martin en colaboración con Prada. Detalles que son importantísimo para retratar a una sociedad que constantemente se esforzaba en aparentar más que en ser y en pertenecer más que en sentir.

La banda de sonido tampoco defrauda y en ella podremos encontrar colaboraciones de Fergie, Beyonce, Will I Am y Jack White reversionadas al mejor estilo del Charleston de la época y con un resultado contundente.

El estilo de Luhrmann se palpa a cada paso del film, pudiendo resultar molesto para sus detractores y adorable para quienes son cultores de su cine, pero indiscutiblemente una rara gema en medio del cine actual. Vale la pena disfrutar de esta apuesta que reversiona uno de los clásicos de la literatura norteamericana que mejor retrata el desengaño, el amor eterno y la atmosfera de aquellos años tan dorados en su superficie y tan huecos y oscuros en su interior.