El gran Gatsby

Crítica de Irene Jones - Cinematografobia

EL FRACASO DEL SUEÑO

Dónde comienza lo legítimo y dónde lo falso es materia debatible en el imaginario que despliega El Gran Gatsby. La quinta remake de la novela homónima de Francis Scott Fitzgerald es un documental pastoril de los años 20’ en Norteamérica, una exploración del Sueño Americano tal como existe en un período corrupto y un intento de determinar el límite oculto entre la realidad y las ilusiones. La película, al igual que la novela, sugiere más que desarrolla la Era de posguerra: la pérdida de los ideales, la desilusión ante el fracaso del compromiso, el miedo a la intangibilidad del presente, los esfuerzos de una prosperidad holgada y la fiesta eterna, el abaratamiento de los licores como efecto tangencial de la ley seca, el resentimiento contra la nueva inmigración, el racismo científico de las teorías históricas en construcción, el surgimiento de una subcultura poderosa, la Era del Jazz y sus heroínas: las flappers, entre otros eventos igualmente significativos que son más implicados que desarrollados.

La Era del Jazz y la fiesta eterna son reelaborados desde una estética actual.
El jazz fusión y el R&B reemplazan al foxtrot de principio de siglo.

La historia es presentada a partir de un narrador-testigo que además es protagonista: Nick Carraway, primo y amigo de Daisy, compañero de Tom, confidente de Gatsby, se halla en los lugares clave para relatar la historia, en una especie de limbo cultural donde el pasado ha sido corrompido y el idealismo de los colonos del Nuevo Mundo confronta con el materialismo de una sociedad industrializada. El relato de Nick comienza la primera semana de junio y termina la primera semana de septiembre de 1922, convirtiendo a la película (y a la novela) una historia estival: la transición del verano al otoño refuerza el movimiento paratextual de la esperanza a la decepción, del romance a la tragedia, de la expectativa a la autoconciencia. Además, por su condición de narrador Nick posee un juicio ideológico que está por encima de los juicios de los personajes y es él quien convierte en Gran a Gatsby.
El resto de los personajes son, a su vez, encarnaciones de esa contracultura de los años 20’: Daisy representa la abundancia y tradicionalismo de la cultura sureña, su apellido, Fay, significa “hada” aunque también guarda similitud con la palabra flapper, es decir, aquellas mujeres banales cuyos modos estrafalarios han sido inmortalizados en los dibujos de John Held Jr. Las flappers fueron las heroínas de la Era del Jazz, mujeres “modernas” que se caracterizaban por un corte de pelo hasta la mandíbula (bob-cut) y vestidos holgados que mostraban sus brazos y piernas; no usaban corsé pero sí mucho maquillaje, escuchaban y bailaban jazz, bebían licores fuertes, fumaban, conducían a altas velocidades y tenían otras conductas que desafiaban en mandato social. Su marido, Tom Buchanan representa la herencia de la tradición anglosajona, un tipo de fuerza característica del progreso materialista y es asimilable a los llamados Robber Barons, grandes magnates cosmopolitas y corruptos que surgen durante la Edad de Oropel (Gilded Age), época posterior a la guerra civil norteamericana. Se diferencia de Jay Gatsby en que éste último constituye una distorsión grotesca y patética de aquel: Gatsby ha ganado mucho dinero con el contrabando, el juego y las especulaciones bursátiles pero no posee las credenciales sociales apropiadas, motivo por el cual Daisy lo abandona. A su vez, la mansión de Gatsby se ubica en West-Egg, Long Island, donde viven los nuevos ricos, y no en East-Egg, donde lo hacen las familias más tradicionales.

Mientras que Tom maneja la estructura administrativa y legal, Gatsby controla el submundo corrupto, paralelo pero invertido.

El contrapunto Este-Oeste cambia el eje de análisis de la sociedad norteamericana que solía ser Norte-Sur hacia otro más actual. El Este simboliza la prosperidad ilimitada y la corrupción que devienen de la etapa materialista e industrial, mientras que el Oeste se identifica con la pobreza que trajo la oleada de inmigrantes europeos con sus ideas socialistas y anarquistas. Así, los nativos estadounidenses generaron un creciente temor y resentimiento por los extranjeros y proliferaron las teorías históricas que fundaban el racismo en una explicación científica. Estos acontecimientos se sugieren en la película en varias oportunidades: en un primer momento, cuando Tom manifiesta que “la civilización se está cayendo a pedazos” basando su criterio en un libro titulado El ascenso de las razas de color (The rise of the Colored Empires) “de un tal Goddard” que en realidad hace referencia a The Rising Tide of Colour de Lothrop Stoddart, publicado en 1920 por Scribner’s Sons, un manifiesto de racismo científico que contribuyó (junto con La Decadencia de Occidente y Los Años Decisivos de Oswald Spengler) al advenimiento de la Segunda Guerra Mundial. Esto también se observa en el personaje de Meyer Wolfsheim, un judío americano amigo de Gatsby que controlaba el submundo corrupto y mercantil de aquellos años; y finalmente en la escena en que Nick y Gatsby cruzan el puente de Queensboro y ven a un chofer blanco que lleva a tres pasajeros afroamericanos. La inversión de las jerarquías colonialistas de dominación se hacen manifiestas en la forma en que las distintas etnias inmigrantes (mal llamadas “razas de color” en los ensayos antes citados) adquieren preponderancia a partir de un aumento en su poder adquisitivo, motivando el recelo de la población nativa.
La novela de Fitzgerald es la inversión de la historia de “de harapos a riquezas” (from rags to riches), un género de best-seller que surge en la segunda mitad del siglo XIX y del cual constituye un punto álgido aunque invertido. Sin embargo, su adaptación cinematográfica queda a mitad de camino entre la ya mencionada representación de los años 20’ y la tradición de la que es deudora, y elige colocar en primer plano otras líneas argumentales más efectistas: la historia del doble adulterio (Daisy-Gatsby/Myrtle-Tom), el clima de fiesta eterna y la proliferación de la música de jazz, reinterpretada y puesta en escena en su fusión con otros ritmos más actuales como el Hip-Hop y el Third Stream. La elección deliberada de Luhrmann de dar preponderancia a estos conflictos acerca a la película al folclórico “Cuento de hadas” (Fairy tale), en donde el valor de sus personajes no yace en el oro sino en algo trascendental, y así en la historia Daisy es, para Gatsby, apenas la promesa de realización que yace más allá de la “luz verde”. Hay, por otra parte, frecuentes alusiones a la caballería y al amor cortés en las que Daisy es asimilada a una suerte de Santo Grial y Gatsby, como héroe romántico heredero del Sueño Americano, nos recuerda a los caballeros de las cortes arturianas como Sir Gareth o Sir Gawain.

Ocurre el reencuentro entre Gatsby y Daisy y él se encarga de disponer un entorno apropiado.
Esta es una característica noble aunque romántica de su espíritu y habla de su fidelidad a un sueño.

La inversión de la novela original con respecto a la tradición “de harapos a riquezas” tiene que ver, por otra parte, con un tema que se mantiene en la película y en torno al cual se agrupa su argumento: el fracaso del Sueño Americano. Históricamente, el Sueño Americano es una construcción que se compone de un conjunto de poligrafías (narraciones utópicas, mitos, imágenes, metáforas, tradiciones inventadas, doctrinas, rituales, subjetividades, conductas, etc.) que interactúan con el imaginario cultural estadounidense, y se compone (siguiendo a Harry Levin) de un espacio: el Nuevo Mundo; un tiempo: el presente bordeando al futuro; un personaje principal: la sociedad como un todo, y un argumento: la realización plena de la Naturaleza a través del progreso material. La película se mantiene fiel a la representación de Norteamérica como el “sueño de lo nuevo”, como un nuevo mundo a la espera de ser conformado y así configura el entramado simbólico de sus personajes. Queda constatado en los diálogos (muchos de ellos trasladados textualmente de la novela) y en otras encarnaciones del espíritu del pasado, que el pragmatismo del oeste era ideal de prosperidad.
Jay Gatsby, entidad creada por James Gatz a los 17 años, acepta por completo esta premisa y fragua su nueva identidad con el fin de escapar a un presente de pobreza y un futuro como granjero en el norte. Así conoce a su compañero y mentor Dan Cody, un magnate del oro y la plata con el que emprende una travesía en barco pasando por varias ciudades de los Estados Unidas hasta Oxford. Asimismo, el nombre de Dan Cody contiene cifrados otros dos: Daniel Boone (por Dan), un pionero y colonizador estadounidense que conectó el Este con Kentucky para transacciones comerciales, y Buffalo Bill (por Cody), un cazador de búfalos y hombre de espectáculos que se instauró como una de las figuras más pintorescas del viejo oeste. Es así como Gatsby logra prosperar desde los oscuros comienzos con miras a la premisa que establecía que “un hombre que trabajara duro podía hacerse rico en América”; este es el germen del Sueño Americano, y su versión materialista fundamental era la historia del pobre que se hace rico. Si bien mayoritariamente comprobado no obstante desigual, este mito creado y perpetuado por la literatura norteamericana promocional de los siglos XVII y XVIII encuentra su desengaño en El Gran Gatsby y culmina con el sabor amargo que deja la profunda ingenuidad del sentido de futuro de Gatsby y simultáneamente la historicidad de su esperanza. La luz verde pierde su fulgor significativo y el héroe romántico se disuelve en las ilusiones de su objeto de deseo: “Y así seguimos adelante, botes contra la corriente, empujados incesantemente hacia el pasado.”