El gran circo pobre de Timoteo

Crítica de Andrés Aguilar - A Sala Llena

No estaría mal tener el influyente ensayo de Susan Sontag Notas sobre lo camp (1984) a mano a la hora de aproximarse al documental El Gran Circo Pobre de Timoteo, producido en el 2013 y que recién ahora se puede ver en algunas salas de la ciudad. En primera instancia, porque el material de trabajo del film, el mítico Circo Show Timoteo —espectáculo que tiene más de 40 años de estar rodando tierras chilenas— es justamente un ejemplo exacerbado (aún más) de la sensibilidad camp. Luego, y no menos importante, para comprender por qué es que el documental fracasa.

Dice Sontag: “La esencia de lo camp es el amor a lo no natural: al artificio y la exageración”. Plumas, boas, travestismos, lentejuelas. Se trata ésta de una sensibilidad que subraya lo superficial, en tanto sensual y esteticista, con un completo desdén hacia el contenido. Todos elementos que se reconocen perfectamente en el Circo que lidera el protagonista del documental, René Valdés “Timoteo”. El espectáculo busca efectos y los consigue, casi siempre de manera al mismo tiempo vulgar y naíf. Los disfraces de los transformistas, la música, las flores plásticas, los excesos visuales, todos en pos de lograr texturas y reacciones en la audiencia, aunque estas decisiones hayan sido intuitivas o inconscientes. Sin duda, esta aglomeración de códigos campy fueron el anzuelo que atrapó a la directora y guionista Lorena Giachino Torréns para querer embarcarse en este proyecto. Pero como el amor tiende a nublar el juicio, parece que a la cineaste se le escapó otra de las máximas del manifiesto de la Sontag: “El camp lo ve todo entre comillas… Es la más alta expresión, en la sensibilidad, de la metáfora de la vida como teatro.”

Y es que la trama o cualquier delgadísimo hilo argumental que podría sostener el interés por la historia que cuenta El Gran Circo Pobre de Timoteo, si no se perdió del todo a causa de la deficiente mezcla de audio, se cae a pedazos como la carpa con la que Valdés intenta modernizar su espectáculo. ¿Por qué? Porque la gravitas con la que Giachino Torréns carga los episodios siempre se siente forzada y anti-camp. Es decir, al documental le faltan comillas. Los ingredientes están ahí: lo pintoresco y kitsch, la marginalidad cultural, el sentido de comunidad de estos gitanos modernos, están ahí pero injustamente mezclados. Al final, el tono del documental resulta torpe y no se termina de entender la intención detrás de la obra. Porque a diferencia del documental, el Circo Show Timoteo es arte que, diría Sontag, “quiere ser serio pero que sin embargo no puede ser tomado enteramente en serio porque es «demasiado»”. Lo que es demasiado es que se le pida al espectador del documental exactamente lo contrario.