El gato desaparece

Crítica de María A. Melchiori - Cine & Medios

Miradas que erizan la piel

Después de varios meses en un neuropsiquiátrico, Luis (Luis Luque), profesor universitario y hombre obsesivo de su trabajo, obtiene la posibilidad de volver a su casa y a su antigua vida a condición de continuar un tratamiento ambulatorio. Las circunstancias que lo llevaron al brote psicótico en el que amenazó la integridad física de su mujer, así como la de su socio y colega, se explican en la secuencia de inicio.
Beatriz (Beatriz Spelzini) ha esperado este día con alegría e inquietud. Está inequívocamente enamorada de su esposo, pero no puede evitar la incertidumbre que la agobia incluso desde antes de que él ocupe el asiento del acompañante en el coche que los devuelve a su casa. Los ritos antes habituales (comidas compartidas, el sexo, las charlas en la cocina) tienen que ser reaprendidos; el desafío de Luis es recobrar la confianza de sus seres queridos, y la confianza en sí mismo.
Además, algo extraño sucede casi al momento de la llegada de Luis. Donatello, el gato de la familia, lo desconoce y lo ataca cuando el profesor intenta acariciarlo. Esa misma noche, no regresa a la casa. Al menos eso parece atestiguar el plato de comida que Beatriz deja en el patio y que aparece revuelto al día siguiente, y al día siguiente a ése. Una sospecha crece en el corazón de la mujer, sospecha que no comparten ni la hija (María Abadi), demasiado ocupada en su nueva relación amorosa, ni los alumnos de la facultad que van a visitar al profesor. ¿Qué si Luis no sólo no está curado, sino que está muy cerca de sufrir un nuevo colapso?
"El gato desaparece" es una excelente incursión inaugural de Carlos Sorín en el cine de género (en este caso el suspenso, el thriller psicológico), bien inserto en una trama que no por universal deja de ser actual... incluso, muy argentina. También es un retorno del director al trabajo con actores de método, formales, probados en pantalla y el teatro. Como bien afirmó en una entrevista radial, no podría haberse hecho esta historia sin la afiladísima dupla protagónica.
Es que, si bien Luis Luque es un actor de porte, cuya gestualidad y presencia llenan la pantalla por sí mismas consiguiendo un personaje capaz de cargar el ambiente hasta la asfixia, vale la pena también enfocarse en Beatriz Spelzini. En su rol central, protagónico, de esposa y catalizador de la acción, carga exitosamente con la responsabilidad de llevar adelante las escenas más potentes. Su Beatriz, arquetípica dentro de una trama que así lo exige, es quien consigue del resto de los personajes (hija, psiquiatras, ex colega y socio, alumnos del Profesor).
Al modesto entender de quien escribe, lo único que sobra en el remate por demás redondo de esta película es un cuadro inmóvil cerca de la escena final, que sirve para explicar una metáfora onírica anterior y poco más, restando sutileza al efecto del desenlace. Por lo demás, estamos sin dudas frente a la prueba del talento indiscutible de Sorín, que no sólo es un cineasta de oficio, sino un excelente narrador de historias.