El gato desaparece

Crítica de Diego Maté - HaciendoCine

Cat Power

El gato desaparece es la séptima película de Carlos Sorín pero por varios motivos supone un debut: es su primera película de género, trabajó con actores profesionales, rodó en Súper 35 mm cinemascope, y abandonó los espacios abiertos de zonas rurales para filmar, también por primera vez, en una ciudad enrejada y claustrofóbica. Las razones de semejantes cambios, en esta entrevista.

Tras una estadía en un hospital neuropsiquiátrico, Luis, profesor de filosofía, vuelve a casa junto a Beatriz, su esposa. Luis duda, está contento pero no termina de conectarse con su rutina y espacios cotidianos. Después del incidente confuso y violento que lo llevara a ser internado, es declarado sano por doctores y aceptado nuevamente por su esposa y su hija, pero algo misterioso en él cambió para siempre: ahora Luis es distinto y dentro suyo parece anidar algo terrible. Distraído, algo perdido, va a saludar al gato y Donatello (así se llama el felino) no lo reconoce y lo ataca. Entonces, la casa moderna, fría, de ángulos rectos y grandes zonas vacías, se vuelve el escenario de una investigación, la que emprende tímidamente Beatriz para desenterrar el secreto de Luis, y también para encontrar a Donatello, que no está por ninguna parte. El gato desaparece, que cuenta con las actuaciones de Beatriz Spelzini y Luis Luque, es la primera incursión de Carlos Sorín dentro de un género. Alejado de su trilogía rural iniciada con Historias mínimas, esta vez Sorín filma en la ciudad y dentro de espacios cerrados, trabaja con actores profesionales y pergeña un thriller exquisito, con toda la elegancia del mejor cine clásico.

¿Te sentiste cómodo haciendo tu primera película de género?

Sí, absolutamente. No sé si es completamente de género, pero sí la primera película construida, más convencional en términos de producción que mis películas anteriores.

¿Tuviste alguna película o director que te haya influenciado particularmente para filmar El gato desaparece?

Me influyó El escritor oculto de Polanski, una película hecha con precisión y maestría. Y después de ver tanto cine experimental, ver eso es como escuchar a Mozart.

¿Cómo fue volver a trabajar con actores profesionales?

Muy bien porque ya estaban elegidos desde antes de comenzar a escribir el guión. O sea, ya tenía la imagen de ellos, sabía qué les podía pedir, cuáles eran los límites y las posibilidades de cada uno. Además es una película de cámara, muy contenida en la logística de producción, altamente controlable, así que me pude dedicar más a la dirección de actores.

¿Cambió mucho tu cine el hecho de filmar en 35mm y pantalla ancha?

Sí, pero no cambió por filmar en 35mm, esta película la hubiese hecho en pantalla ancha así fuera en 16mm o con una cámara de video. El formato fue elegido en función de una imagen muy cuidada, prolija, precisa, bien de cine clásico. Con la pantalla ancha tenés que reaprender algunas cosas de encuadre, los planos no son iguales, no podés acercarte demasiado por la forma apaisada de la pantalla. Y lo que te da ese formato son grandes espacios y fondos, o zonas vacías en los primeros planos que estéticamente se pueden usar de manera muy interesante.

En la película se siente mucho el formato ancho y la profundidad de campo...

Lo vas a sentir mucho más cuando la veas en cine. Es un shock.

¿Querías elaborar algo de la desconexión entre los dos protagonistas con esos recursos?

No, por lo menos no de manera consciente. A último momento elegí el formato 1:2.35. No sé por qué lo elegí, supongo que porque quise hacer el cine como los maestros, el cine que yo admiré. Estuve cómodo con ese formato por el estilo de película, otra de mis historias no podría filmarse así. Lo importante es encontrar el modo de filmación y de producción adecuado a la historia y al código de cada película.

A diferencia de lo que pasó a partir de Historias mínimas, en La ventana ya había un relato que se contaba en el encierro de una casa, y El gato desaparece es una película bastante claustrofóbica. ¿Tu cine abandonó los espacios abiertos del campo para meterse definitivamente en lugares cerrados?

No, todavía falta ver qué pasa con las próximas películas. No lo sé, el tema es que las películas de ruta son muy cansadoras. Y al mismo tiempo la logística de la producción (yo produzco también) te quita tiempo mental para dedicarte a los problemas de dirección. Y a la vez tenés que aceptar el azar y estar continuamente negociando con la realidad. La ventana y El gato desaparece son películas más controlables y yo me sentí tranquilo, pude ocuparme más de filmar. Por ese lado es más placentero, si bien extraño un poco la ruta.

¿Tenías ganas de filmar en la ciudad?

No, para nada. Es más, tengo un proyecto de la época de Historias mínimas que ahora lo estoy rehaciendo, y lo saqué de Buenos Aires para llevarlo a Entre Ríos, a un motel que queda al lado de la ruta. Esta vez, en El gato desaparece, filmé en una casa que daba muy bien, pero si hubiera sido una casa más convencional, la habría pasado bastante mal.

Desde La película del rey en tu filmografía no se hablaba del cine. ¿Te parece que El gato desaparece vuelve a tematizar el cine?

Puede ser, La película del rey era sobre la pasión del cine y el medio, acá en cambio es el cine como lenguaje. Para mí hacer El gato desaparece fue un ejercicio de lenguaje.

¿Cómo ves la relación entre cine y género en la Argentina? ¿Te parece que los géneros pueden volver a llevar a la gente al cine?

Bueno, la película de Campa (Juan José Campanella) es una película de género, y llevó dos millones cuatrocientos mil espectadores. Yo creo que cuando el cine está bien hecho y la gente se conmueve, se divierte y, sobre todo, se siente manipulada por la película, se va feliz. Sin duda, esa es la clave del cine.

Pero las películas que manejan bien el género no constituyen la producción mayoritaria en la Argentina. Son más bien exponentes aislados.

Es que hay mucha producción, el año pasado se filmó una cifra descomunal de películas. Pero existe un cine de género, la película de Pablo (Trapero), Carancho, es de género. En mi caso, hacer El gato desaparece fue una diversión, unas vacaciones, “vamos a filmar esto para pasarla bien”, como una especie de entretenimiento. Fue muy lindo. Porque vos sabés que hay cosas que ya están trazadas, como la forma sonata, que la podés encontrar en Beethoven, Mozart o Brahms, pero siempre sigue siendo la forma sonata. El género es eso, una forma establecida, clásica, pero vos tenés muchas posibilidades de renovación y de experimentación dentro del género.