El gato con botas

Crítica de Migue Fernández - Cinescondite

La irrupción en pantalla de Shrek, allá por el 2001, mostraba a las claras que era un personaje que venía para quedarse. El éxito obtenido en su primera película supuso una gran cantidad de secuelas y cortos de temporada que, por su significativa baja de calidad, hoy parecen un exceso del mercado. Pero de entre esta marea de films consecutivos emergió un gato, con aires de héroe de fábulas y ojos tiernos, siempre relegado a ser un segundo del héroe verde y su fiel burro. Puss in Boots es la primera aventura que tiene al intrépido felino como protagonista, fiel aprendiz del estilo y los modos que se emplearon alguna vez en Muy Muy Lejano.

Antes de conocer al famoso ogro, El Gato, quien debió ganarse sus botas, vivía en el orfanato de un pueblo junto a su amigo Humpty Dumpty. De leyenda a forajido, ese es el camino que recorre el pequeño espadachín, arrastrado por el huevo de las canciones infantiles que, parábola del destino, se veía a la sombra de otra figura. Y es Chris Miller, director de Shrek the Third, quien se encarga de llevar adelante la película que se sabía el personaje podía encabezar, firme heredera que combina en forma efectiva fragmentos de cuentos infantiles con buenas dosis de humor.

La película entretiene y resulta cómica en dos niveles marcados, que son aquellos que se vislumbran en el nombre del carismático personaje. Las botas, aunque su atuendo se complete con capa, espada y sombrero, son su característica distintiva, símbolo de humanidad que resalta valores como el coraje y la astucia. Animal de aventuras, puede disponer de sus destrezas cuando la ocasión así lo requiera. Pero en su condición de felino se ponen en evidencia aspectos que, de tan lógicos, resultan tiernos y encantadores. De un zarpazo es capaz de cortar las ropas y barbas de sus enemigos, para luego volver a sentarse y tomar su medida de leche o perseguir en vano una luz brillante. A esa inolvidable mirada gatuna en Shrek 2, que escondía un feroz ataque traicionero, se la extrapola para convertirla en película, explotando el potencial de esa gran escena a lo largo de 90 minutos.

El Gato flaquea a la hora del cierre, perdiendo el ritmo ágil de sus comienzos, la frescura de los diálogos, las risas de los remates. Se contenta con poner moño a la historia, aunque eso implique infantilizarla de más, descuidando mucho de lo conseguido en el desarrollo. Así lo que tiempo atrás nació como parodia de los cuentos para niños, acaba por aleccionarlos de la misma forma, manteniendo las parábolas que aquellos enseñaban. Es destacable no obstante la gran mayoría de la película, digno spin-off que supera las expectativas y se hace un lugar junto a las primeras del ogro verde, muy por encima de algunas olvidables que vinieron después.