El gato con botas

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

El Gato con Botas es un spin off de la exitosa saga animada Shrek. Ya había aparecido en el segundo capítulo de la serie, y muy pronto terminó por transformarse en un personaje con peso propio. Tal es así que ahora llega la oportunidad de brillar en solitario con su propia película, la cual es muy entretenida en sus propios términos pero que se aleja del humor pop y autorreferencial que inundaba las andanzas del ogro verde.

Como siempre, los personajes de estas historias han salido de los cuentos de fantasía sajones del siglo XVIII / XIX. No todos ellos han pasado al castellano o, al menos, no se les ha dado la importancia cultural que los anglosajones le otorgan. Por ejemplo, uno se rasca la cabeza con el personaje de Humpty Dumpty, el cual proviene de una rima inglesa muy popular que data de principios de 1800 y que se usaba para arrullar a los bebés. ¿En qué clase de historia puede tener cabida un personaje así?. Lo cierto es que el caracter - un huevo humanoide y parlante - tomó su forma definitiva en Alicia Detrás del Espejo, con lo cual - por extravagancia - terminó por dejar una impresión duradera. Otro tanto ocurre con el Gato con Botas - que proviene de un cuento totalmente amoral y oportunista, en donde el gato de turno tima a medio mundo para favorecer a su desahuciado dueño y dejarlo, al final de la trama, con la posesión de un castillo y de una cuantiosa fortuna -. Mientras que la generación que creció en los 50 y los 60 aún le daba bolilla a la literatura, a los cuentos y a las leyendas clásicas (y que podría conocer a estos personajes tan bizarros y extrañamente populares), la gente de hoy debe wikipediarse para enterarse de qué se trata.

Ciertamente esta versión de El Gato con Botas no tiene nada que ver con el cuento original de alguno de los personajes involucrados. En realidad se asemeja a una aventura no oficial de El Zorro, con otro fugitivo de la ley que no es tan malo como parece, y que le encanta vivir entreverado entre las faldas de las gatitas que se le cruzan en el camino. Como es habitual, Antonio Banderas está en su salsa y se devora la pantalla con su pegajoso acento castizo y su carisma a raudales. Acá va tras las habichuelas mágicas, se encuentra con el dichoso Humpty Dumpty - con el cual crecieron juntos en el mismo orfanato -, y se mandan a robar los dichosos porotos para hacer crecer un árbol gigante que llegue hasta el castillo que está en las nubes y y donde se encuentra el ganso que pone huevos de oro. Como siempre, con un botin tan suculento (y con algunas viejas deudas que uno de los protagonistas quiere cobrarle al otro) la traición está a la orden del día.

Es innegable que El Gato con Botas es divertida. No es tan demente com Shrek, pero cuando la emboca lo hace en grande. Por momentos da la impresión de que intenta copiar demasiado a Rango - hay otra escena de cantina, hay tomas panorámicas en un amanecer, hay otro personaje que se la da de sabelotodo y termina metiendo la pata más que de costumbre -; y en otros momentos el filme se lastra hasta el borde de lo tolerable, intentando tridimensionalizar demasiado a los personajes. El guión hace un esfuerzo tan grande en darle un background complejo a la relación de Gato y Humpty - cómo se conocieron, dónde hubo una traición, qué era lo que tenían en común - que termina por parecerse a un thriller sicológico, y se olvida de mechar algunos chistes en el medio.

Sin dudas El Gato con Botas es recomendable. Ver a Banderas fanfarroneando en pantalla es un show delicioso. El problema pasa por el resto de los personajes, los cuales no son tan interesantes como el protagonista, y por la historia que a veces se toma demasiado en serio a sí misma y subraya aspectos dramáticos que son inusuales para lo que se supone que es una comedia para toda la familia. No es que esos momentos estén mal, pero son pausas que alteran el ritmo cómico que mantenía el filme y que terminan por lastrarlo bastante.