El ganador

Crítica de Martín Fraire - País 24

Algunos golpes te da la vida

En la ciudad donde crecí, había un misterioso individuo cuyo pasado era completamente desconocido. Se trataba de una figura desgastada por el paso del tiempo que sólo contemplaba el correr de los días, acostado en una plaza, la misma que sirvió como cancha de fútbol para nuestros primeros encuentros con amigos de la primaria.

De barba prominente, dudosa higiene y harapos que servían como ropa, este hombre no recibía ni aceptaba ninguna ayuda. Sólo quería que no lo molesten, que lo dejen tranquilo, hundido en sus emociones.

Las leyendas sobre uno de los más enigmáticos habitantes de aquella ciudad/pueblo no se si hicieron esperar. La que nos contaron de chicos, la que todavía hoy creemos que es real, es que se trató de un talentoso boxeador que alguna vez fue un deportista exitoso y prometedor, pero que diversos errores, varios golpes en la cabeza y otras malas decisiones lo habían transformado en aquella figura triste que tanta atención –mezcla de ingenuo y curiosidad- nos despertaba.

¿Cómo no recordar esa anécdota infantil con los primeros minutos de El Ganador? La historia "real" de Dicky Eklund (Christian Bale), el hombre que había sido capaz de tumbar a Sugar Ray Leonard y que luego se vería consumido por su adicción al crack, me trajo inevitablemente aquellos recuerdos que permanecían pululando en algún lugar de mi ser.

Sin embargo, la nueva película de David O. Russell (Tres reyes, Yo amo Huckabees) no muestra sólo la decadencia de este boxeador, sino que se centra principalmente en su medio hermano: Mickey Ward (Mark Wahlberg) y su difícil ascenso al estrellato. La relación con su madre y sus siete hermanas, las figuras masculinas de su vida (empezando por el propio Dicky: “Eres mi héroe” le dirá en pleno conflicto) y una mujer (Amy Adams) que lo ayudará a ver todo de una nueva manera, son los principales puntos de esta película.

Las posibilidades de comparar a El ganador con otros títulos de boxeo como Toro salvaje, Million Dollar Baby o Rocky no serían injustas. Sin embargo, vale decir que este film, nominado a 7 premios Oscar, tiene identidad propia.

Dividida en dos partes muy claras, la primera pondrá en evidencia el conflicto entre los personajes del film y la complicada relación entre la familia, que prefiere negar los problemas antes que enfrentarlos. La segunda sí muestra la carrera de Ward desde el punto de vista deportivo.

Tal vez la mayor diferencia que plantee El ganador sea la del lugar de observación. Mientras otros títulos forzaban la idea de la superación personal como idilio del sueño americano, Russell expone al boxeo como un juego de estrategia, como un deporte de pensamiento y estudio: “En una riña, peleas. Tú me pegas, yo te pego. El boxeo es como un juego de ajedrez” explica Mickey.

La cuidada estética que ofrece el film también es uno de los puntos a favor. El uso de imágenes reales (la pelea entre Eklund y Ray Leonard), sumados a la decisión de mostrar los combates como si de una transmisión en vivo se tratara, vigorizan la idea de las cadenas televisivas como referentes del negocio escondido detrás de cada combate.

Con todos sus hallazgos, la principal característica del film es sin dudas la de su reparto. No sólo por un Christian Bale que compone al personaje más complejo y difícil de digerir, sino también por un Wahlberg que, desde su lugar, logra cargar con una mochila de peso: ser el centro de todos esos argumentos. Las presencias femeninas de Amy Adams y Melissa Leo también ayudan a engalanar la película.

En algunas ocasiones el cine, como cualquier pieza artística, tiene la capacidad de remover sentimientos de una manera extraña: melancólica y hermosa a la vez. No pude dejar de sentirme identificado con esta historia, tal vez porque rozó un tema que inexplicablemente me transportó a una infancia de aire libre, pelotas de fútbol y sonrisas genuinas.

Pocos saben qué fue de la vida de nuestro singular habitante. Alguna vez escuché que había muerto, otros dicen que permanece bajo cuidados en un hospital psiquiátrico. Más allá de una incógnita que espero resolver, otra pregunta empuja desde algún lugar escondido y gana espacio: ¿Qué es el cine sino la capacidad de reconocerse a uno mismo y las propias experiencias a través de la pantalla?

Algunas obras, no importa lo superficiales o profundas que sean, permiten soñar, viajar y trasladarse a un lugar que se creía olvidado. El ganador lo logró conmigo. Y por eso se merece mis respetos.