El ganador

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Redención a las piñas

El box es una fuente inagotable de mitos de ascensos, caídas y redenciones, de héroes populares que vencieron la pobreza o los vicios, o que pudieron salir de los malos entornos a fuerza de disciplina y mentalidad superadora.

Y el cine no podía ser inmune a estos colosos terrenales capaz de enfrentar a la adversidad con sus puños: desde “Toro salvaje”, de Martin Scorsese, hasta “El luchador” (“Cinderella Man”) de Ron Howard, incluyendo a “Gatica, el Mono”, de nuestro Leonardo Favio, siempre se ha querido bucear en lo que se extiende detrás de esos tipos lo suficientemente valientes como para ir a que les destrocen la cara y a veces tan cobardes como para no poder enfrentar a su entorno, a las tentaciones, o a sí mismos.

En “The Fighter” (acá le pusieron “El ganador”, para no tener una tercera “El luchador” en un par de años) se vuelve sobre otra historia real, pero en este caso contemporánea: si los mencionados anteriormente son mitos pretelevisivos, más legendarios que recordados, y contemporáneos de la era dorada de la mafia, aquí somos testigos de las andanzas de un personaje de nuestro tiempo, en la era de las telecomunicaciones y las peleas armadas por cadenas de TV.

La última chance

Micky Ward es un boxeador que a los 31 años todavía espera una oportunidad para dar el salto a la gloria. Su carrera está manejada por su progenitora, Alice, madre de nueve hijos, siete de su primer marido y dos con el segundo. Es entrenado por su medio hermano Dicky Ecklund, un adicto al crack (lo que ahora llamamos paco o pasta base) que tuvo su momento de gloria cuando hizo tocar la lona a Sugar Ray Leonard.

Irlandés pobre de Lowell, Massachusetts, sabe que “no se está haciendo más joven”, y empieza a hartarse de su disfuncional familia, sintiendo que lo están llevando hacia un espiral de decadencia. Las ganas de recuperar a su hija Kasie, el amor encontrado en la bella y aguerrida bartender Charlene y el hastío de las decepciones de su madre y su hermano (dentro y fuera del deporte) lo llevarán a dar un volantazo en su vida, tras lo cual se le abren las puertas que estaba esperando.

Pero sabe que fue Dicky quien lo formó, y llegado el momento crucial, pasado y presente deberán aliarse para que Micky pueda tocar el cielo con las manos.

Puesta descarnada

Se dice que Darren Aronofsky fue convocado para dirigir esta película, luego de haber hecho la otra “El luchador” (“The Wrestler”), pero finalmente se bajó para encargarse de esa explosión psicológica y visual que es “El cisne negro”, la cual sin embargo comparte con la anterior cierta técnica que Aronofsky parece haber depurado de los hermanos Dardenne (en “The Wrestler” pareciera haber algunas citas visuales a filmes como “Rosetta, por ejemplo), a base de cámara en mano y en movimiento y una fotografía algo sobreexpuesta.

En “The Wrestler” esa estética había funcionado muy bien para mostrar una historia descarnada llena de patetismo y decadencia, y seguramente por eso alguien pensó en repetir realizador en esta cinta. Bajado Aronofsky, se convocó a David O. Russell, quien parece haber querido filmar con la impronta de su predecesor: el resultado es bastante bueno, aunque con una estética un poco más hollywoodense que la que Aronofsky hubiera puesto.

Cabe destacar también la reconstrucción de momentos y lugares, especialmente en las peleas, que al ser de tiempos tan contemporáneos seguramente están registradas en numerosos archivos fílmicos y fotográficos.

Caracterizaciones

Otro de los puntos fuertes del filme, por el que fue galardonado, son las actuaciones. Y habrá que coincidir con la Academia de que Christian Bale y Melissa Leo son en un punto los más lucidos, quizás por la desmesura de sus personajes. Bale construye al drogadicto y alocado Dicky, que (si nos basamos en los pocos segundos en que aparecen los hermanos reales, sobre los créditos finales) tiene mucho del Ecklund real. Y Leo se mete en la piel de esa matriarca de una familia numerosa y disfuncional, cuestionable hasta la médula salvo en el amor por sus hijos.

Mark Wahlberg (¿alguien se acuerda de cuando era el rapero Marky Mark, o el hermano menor de Donnie de los New Kids on the Block?) es uno de esos actores que vuelven creíble cualquier personaje, como lo es también Russell Crowe, que supo protagonizar “Cinderella Man”. Wahlberg construye al más sereno Micky, muy susceptible a caer ante las personalidades arrasadoras de su madre y su hermano mayor. Si bien su estado físico siempre fue privilegiado, se nota que ha entrenado su cuerpo para dar credibilidad al personaje.

Mujeres reales

Lo de Amy Adams es especial. Ya que hablábamos de “The Wrestler”, su personaje tiene mucho en común (con diferencia de edad) con el que compuso Marisa Tomei en aquella cinta: ambas son mujeres que han cometido errores, que están lejos de cualquier sueño, pero que tienen bien puesto lo que hay que tener para jugarse por amor y por convicciones. Adams convence, y al igual que Tomei enamora al espectador, con su cuerpo de mujer real y su actitud.

El resto del elenco está a la altura de las circunstancias (hay que ver a las siete hermanas de Micky: sólo con eso dan ganas de salir corriendo), y como peculiaridad se cuenta con la actuación del sargento Mickey O’Keefe, entrenador de Ward, interpretándose a sí mismo.

Juntos, realizador e intérpretes, redondean una de esas historias de redención que tanto gustan a los estadounidenses (y al resto del mundo), con textos finales que cuentan qué fue de sus protagonistas. Una de esas que cuentan que un instante de gloria bien vale unas cuantas palizas, dentro y fuera del ring.