El ganador

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Los fantásticos y disfuncionales Ward

Casi a fin del año pasado se estrenó Atracción peligrosa, segundo y excelente opus del injustamente denostado Ben Affleck, que ponía en el centro de la escena a Charlestown, cuna de poderosas bandas de ladrones de bancos de la ciudad de Boston. Siempre dentro del estado de Massachusetts, la acción de El ganador se traslada unos kilómetros más allá, a la igualmente dura comunidad de Lowell, que con su historia de abandono y pobreza, es la plataforma casi ideal para despachar al mundo gloriosos perdedores que se suben al ring para escaparle al destino.
De eso se trata la película de David O. Rusell (Secretos íntimos, Tres reyes), un relato que si bien se asienta en la épica del boxeo, traza un inigualable perfil de una comunidad golpeada por la marginalidad. “Irish” Micky Ward (Mark Wahlberg) llegó a ser campeón en la categoría welter junior luego de superar una serie de obstáculos, el principal su medio hermano y entrenador Dicky (Christian Bale), con un pasado más o menos glorioso como El orgullo de Lowell, ese que logró tumbar a Ray Sugar Robinson antes de hundirse definitivamente por su adicción al crack.
Buena parte del relato oscila entre la carrera de Micky, que no va hacia ninguna parte, con entrenamientos fallidos o gigantescos errores a la hora de elegir rivales y la aparente caída sin fin de Dicky, que incluye un documental en progreso sobre su adicción, que él confunde con una película sobre sus glorias pasadas.
Todos los tics del género están perfectamente integrados a la historia, pero lo que hace verdaderamente interesante a la película es el monstruoso entorno de los hermanos. Porque el núcleo duro del film es Alice (la gran, gran Melissa Leo), una mamá-manager terrible, manipuladora, insegura, absorbente pero absolutamente querible, que junto a sus hijas y la novia de Micky (Amy Adams), son el principal obstáculo y a la vez, el último y único refugio posible de una familia disfuncional, pero unida para siempre en ese Boston irlandés, olvidado y miserable.