El futuro que viene

Crítica de Luly Calbosa - A Sala Llena

Tu amiga de la infancia es tu infancia

El Futuro que Viene (2017) es la ópera prima de Constanza Novick, quien al momento de escribir el guión se encontraba en pleno embarazo. Este episodio la inspiró a construir la génesis de la historia de dos amigas entrañables de la infancia, interpretadas por Dolores Fonzi (Romina) y Pilar Gamboa (Florencia) cuyas vidas cambian por completo con el devenir de los años y la maternidad. Desde este arco, atraviesan un viaje emocional desde el primer amor hasta el primer divorcio. La puesta escénica está anclada a los años ´80 plagada de risas, llantos, bailes coreográficos al son de los sketches de la novela Clave de Sol mientras escriben en sus diarios íntimos sus pasiones, miedos y deseos futuros; oníricos. Entretanto, los minutos avanzan y deviene un giro de 180 grados: tras un impasse de diez años sin verse sus caminos se bifurcaron. Desde este arco, y gracias la eficaz labor artística y la fotografía, a cargo de Luciana Quartaruolo y Julián Apezteguia; respectivamente; el salto temporal resulta eficaz… ¿Podrán reencontrarse nuevamente en este nuevo espacio-tiempo? La premisa marca el pulso del amor cuyo subtexto revela que la esencia de este entrañable amor se sostiene desde encuentros y desencuentros que, al unísono, sitúan la figura del hombre como compañero que será parte de sus vidas sólo si es capaz de acompañar sus cambios.

La premisa se nutre gracias al excelente trabajo de las actrices, que desde el primer minuto transmiten los climas intensos. A raíz de un desesperado llamado telefónico de Florencia que acaba de separarse de su pareja, busca refugio en la casa de Romina, como cuando eran niñas. Allí profundizan y debaten la infinitud de motivos en busca de entender el por qué del distanciamiento; centrando la narración en la psiquis y cómo su imaginario creó un universo ficcionado de la realidad, también como cuando eran niñas. En efecto, hay tres escenas puntuales que las define y complementa; recordando el leitmotiv de su infancia compartida y remarca que aquella pequeña interior sigue marcando el pulso de sus pasos. Por un lado, vemos cómo Romina, previo al llamado de Florencia se siente acorralada, en un paradigma de madre primeriza que no logra resolver y se siente frustrada, devastada y sin energía pese a que socialmente debía ser un momento pleno. Fonzi se luce en una escena donde reclama: “Se supone que cuando tenés a tu bebé no te vas a quejar mas y acá estoy; me quejo”, mientras lleva a su bebé recién nacido al hospital y lo vive como una odisea arriba de un taxi, desesperada, bajo una lluvia torrencial que pone en juego sus temores que su hijo se enferme por partida doble; aquí la artística ilustra a la perfección en un día gris como elemento de gran poder simbólico que denota el grado de dificultad y gasto que genera el traslado del niño. Por otro lado, la llegada de Florencia irrumpe este clima infernal: Romina la recibe sin consensuarlo con su marido y mientras se ponen al día, carcajadas mediante, ésta le cuenta que está a punto de separarse porque cumplió su sueño de ser actriz pero su pareja es un director famoso de novelas mexicano al que padece como una piedra en el zapato; la interpela por qué terminó con un crío y no siguió su pasión de escritora. Entretanto, Romina aprovecha la estadía de su amiga para tener una noche a solas con su marido, dejándola al cuidado de su hija. Frente a esta adversidad de realidades, Florencia repiensa su futuro cuando su marido le reclama que vuelva a su hogar y le asegura que se quiere quedar en Buenos Aires porque es el epicentro de las mejores comedias argentinas. Este híbrido de culturas no es irónico; por el contrario enfatiza la rivalidad latinoamericana como unión para desmitificar el estigma de los argentinos como arrogantes y los mexicanos mediocres. Cuenta de esto da una escena donde él le dice mientras ella lo critica: “Ya se te esta soltando lo argentino”; y ríen.

El Futuro que Viene se aleja de la liviandad aparente y construye un relato, al estilo de El Bebé de Bridget Jones (Bridget Jones’ Baby, 2016), que desarrolla un juego de relaciones yin yang: amor/odio; distanciamiento/entendimiento; reflejando la psiquis humana en un discurso plagado de gags donde los lazos y la mirada melancólica, genuina, de la infancia trasciende cualquier obstáculo y perdura en el tiempo contra viento y marea.