El futuro que viene

Crítica de Elena Marina D'Aquila - Cinemarama

La secuencia de títulos que abre El futuro que viene es sin dudas una de las escenas más hermosas del cine argentino en mucho tiempo. Dos nenas maquilladas y vestidas con ropa de la mamá de una de ellas realizan una coreografía en medio de un amplio living vacío al ritmo de Confetti’s. Corren los últimos años ochenta y Romina y Florencia atraviesan sus primeros años de secundario entre pasos de baile, cassettes y telenovelas. En su debut como directora, Constanza Novick sigue de cerca esta amistad a prueba de todo y elige contar la historia cronológicamente en tres etapas: primero la infancia ochentosa, luego la adolescencia –a comienzos de los 00’- y por último la adultez de las protagonistas en el presente. El relato exhibe un delicado equilibrio en la construcción de sus personajes, que al mantener una relación tan cercana, más familiar que amistosa, dejan constantemente expuestas sus facetas más desagradables, pero incluso cuando se muestran así siguen generando una enorme empatía.

La trama avanza con un cierto aire de ligereza que sobrevuela cada escena, pero que la película viaje liviano no significa que carezca de complejidad. El futuro que viene no aborda únicamente la amistad femenina, sino que va un poco más allá y también se adentra en los vínculos de pareja y entre madres e hijas. Detrás de la aparente sencillez de la puesta se esconde una sutileza pocas veces tan lograda y seductora, al igual que las entrañables criaturas que habitan la pantalla: adolescentes y adultos que viven, aciertan y se equivocan, pelean, desaparecen sin avisar y se reencuentran, cervezas mediante, para confesarse de manera brutalmente honesta. “Si alguien me hubiese dicho de verdad cómo era, no la tenía”, le dice Romina a su amiga, refiriéndose a sus primeros meses de maternidad. Ese diálogo captura la esencia de una película que impone en todo momento su verdad, por más incómoda que sea. Una película especial, entre otras cosas, porque nunca termina de volcarse a la comedia, ni al drama, ni al coming of age: es todo eso junto. Un reencuentro jocoso entre amigas puede tornarse tenso e incómodo para luego volver a dejarnos una sensación plena porque, como ocurre en la vida real, el futuro que viene es incierto, pero algo es seguro: nuestros cuerpos y vínculos con otros podrán deteriorarse, pero el cine estará ahí siempre, como esa amiga incondicional en la película de Constanza Novick.