El fruto

Crítica de Isabel Croce - La Prensa

La travesía de un hombre solo

Mezcla de documental y ficción, el filme de Miguel Baratta y Patricio Pomares, tiene por protagonista a Juan, un hombre mayor que trabaja en el campo. Las primeras imágenes de la película, no muestran su cara, sino su cuerpo cuando se baña. Los brazos delgados, las manos fibrosas, las piernas fláccidas.

Poco después se lo ve caminar hasta la casa, una covacha, en la que no falta el mate protector con pava en la cocina económica, a la mañana, luego de una noche de tos y molestias.

TODO UN RITUAL

Después vendrá, casi como un ritual cuidadoso, desenterrar el arbusto que está creciendo en su retazo de tierra, cubrirlo con un papel y emprender una caminata. El camino parece interminable por lo igual, con paradas en la cantina del pueblo para tomar agua, conocer el perro del chico de al lado, compartir un almuerzo con obreros que cuentan historias de superstición y muerte y llegar con el arbusto de regalo hasta la curandera del pueblo.

"El fruto" se filmó en la localidad pampeana de Carlos Keen, ubicado a no más de ochenta kilómetros de Buenos Aires, con gente del lugar y cuyo protagonista es uno de sus habitantes, al que simplemente se lo conoce como Juan.

Sus directores han realizado un filme contemplativo de tiempos silenciosos por donde se cala el tiempo histórico.
Cine con espacios temporales diferentes del de las grandes capitales. Donde los planos generales parecen detenerse en el tiempo, para mostrar cómo Juan, su protagonista, cruza un puente, saluda a un vecino, o escucha una historia.

EN CAMINO

La cámara muestra la cansina marcha del protagonista cuando cruza los rieles muertos por los que alguna vez pasó el tren que conducía a ese pueblo que hoy tiene unos trescientos habitantes y en otra época contó con cuatro mil. "El fruto" cuenta un viaje.

Y ese viaje testimonia toda la vida exterior, e interior de un hombre solo, casi fundido con la llanura plana que lo circunda. Traspasada por un sentimiento de ausencia y finitud, la película revela a dos interesantes directores emocionales y solidarios de la condición humana, Miguel Baratta y Patricio Pomares.

Precede a estos realizadores un tipo de cine, independiente de nobles antecedentes, con nombres como los de Lisandro Alonso, o Gustavo Fontán, de reconocida filmografía.