El fruto

Crítica de Constanza Tagliaferri - EscribiendoCine

Una ofrenda para mi muerte

La ópera primera de Miguel Baratta y Patricio Pomares, El fruto (2010) cuenta la travesía de un hombre mayor enfermo que, en un último esfuerzo, decide surcar camino por la llanura pampeana para sanar el mal que lo aqueja. Una historia sencilla a campo traviesa sobre la soledad y la muerte con una puesta fotográfica embellecedora.

Juan es un anciano que vive en solitario en una recóndita zona rural, dentro de un rancho donde reina un vacío tan idéntico como al que habita en el sembradío reseco y al puñado de árboles que se extienden alrededor. Allí, en el remanso de la noche, cuando todo acalla y sobreviene el aullido de perros y el sonido de los grillos entre el pastizal, Juan se despierta con un dolor agudo. Por esta razón, al día siguiente, decide llevar consigo un pequeño árbol, el único fruto de su campo, en una larga peregrinación en busca de una curandera que le devolverá la salud a cambio de aquella ofrenda.

El fruto cruza la ficción y el documental –algo ya visto en el Nuevo Cine Argentino (NCA)- y que, en un principio, se revela en dos aspectos. En los diálogos, algunos logrando un mayor efecto de naturalidad que otros, y en la elección de los propios lugareños como actores, lo que aporta verosimilitud al relato con sus rostros curtidos y despojados de manierismos. Una propuesta de este tipo demuestra un visible desafío por parte de sus directores que, habiendo iniciado el proyecto como tesis universitaria, decidieron continuar en vistas a su primer largometraje.

Podría decirse que la historia de El fruto sostiene una premisa: todo lo vital tiene un revés temible y que completa la lógica del ciclo. Si bien esta idea se explicita en las palabras que el protagonista arroja cada vez que se cruza a un poblador en su camino, es un aspecto también captado en la propuesta fotográfica del film. Sobre todo en aquellos encuadres que, cohabitados por múltiples planos de acción y de luminosidad, resultan de gran belleza plástica. Como en las imágenes donde los tonos pardos del paisaje y el andar resquebrajado de Juan parecen orquestar una premonición demoledora y a la vez, encantadora. En este sentido, el logro visual y compositivo supera los demás elementos del film.