El fin de la espera

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Jacinto, el insobornable

En su último trabajo para cine (el filme es de 2008), Ulises Dumont compone a un hombre que no se deja corromper.

El fin de la espera tiene elementos de cierto cine nacional de los ‘80: personajes maniqueos -con un protagonista noble, insobornable-, diálogos retóricos, música generadora de climas y tono políticamente correcto, con moraleja (bastante discutible) incluida. Lo más interesante es ver todavía en pantalla a Ulises Dumont: el único que se destaca en medio de actuaciones discretas.

La historia, que nos alecciona sobre lo malos y corruptos que son los políticos y lo inocentes y éticos que son algunos ciudadanos que los votan, tiene como personaje central a Jacinto (Dumont), que maneja una granja-hogar para chicos desamparados. Alguna vez, él apoyó la candidatura de un viejo amigo, ahora devenido “ministro”. Media película muestra a Jacinto luchando contra distintas complicaciones, internas y externas; la otra mitad, lo que ocurre cuando al fin se encuentra con el ministro.

El filme de D’Intino está ambientado en bellos paisajes rurales. La primera parte se centra en la tenacidad del héroe austero, tentado a abandonar el terreno por dinero. Ni se imagina lo que le espera cuando se encuentre con su viejo amigo, el que podría salvarlo. Dumont tiene una gran ternura contenida y un carácter díscolo, con justificación. Su personaje transmite, también, desolación, sobre todo al quedar solo con un niño muy pobre y una chica embarazada. Es lo mejor de un muy discreto filme.