El fin de la espera

Crítica de Adolfo C. Martinez - La Nación

La solidaridad de un hombre de campo

La calidez, la comprensión y el amor al prójimo caracterizan la filmografía de Francisco D'Intino, plena de humanidad y de ternura. En El fin de la espera, el realizador posa su mirada en Jacinto, un hombre mayor que dejó atrás las comodidades de la gran ciudad en su intento de que los niños y los adolescentes faltos de calor hogareño puedan vivir en un mundo mejor, en una huerta casi perdida entre montañas, donde los chicos, callados y taciturnos, cultivan frutas y verduras. Por momentos la historia se tiñe de tristeza cuando la lluvia arruina la cosecha, cuando la fundación que los ayuda los deja sin dinero o cuando algunos muchachos se escapan. Pero Jacinto no se da por vencido, ya que pelear con pasión y honestidad es su mejor arma.

Rodada en paisajes cordobeses, El fin de la espera muestra otra vez a un cineasta que deja de lado toda pretensión rebuscada para que los espectadores puedan entrar en ese juego cómplice teñido de íntimo amor.

Inexplicablemente, el film llega a los cines locales con cierta demora, ya que éste fue uno de los últimos trabajos de Ulises Dumont para la pantalla grande. El resto del elenco, compuesto en su totalidad por actores del interior, logra el justo propósito de dotar de verdad a sus papeles, y así D'Intino y su equipo lograron moverse a través del delicado territorio del cine narrativo con sensibilidad, sin más pretensiones que contar un cuento moral sobre un tema que nos interroga a todos.