El exótico Hotel Marigold 2

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Una segunda taza de té

"La historia retoma a los personajes casi en el mismo punto en que habían quedado en la película anterior y desarrolla de un modo esquemático los distintos conflictos"

Un inglés debería saber mejor que nadie que no es posible preparar una buena segunda taza de té con el mismo saquito. Pero cuando se trata de cine, la tentación es demasiado grande, y John Madden no pudo resistirse a repetir la fórmula de El exótico hotel Marigold.

El sólo dato de que el enorme Tom Wilkinson ya no integra el elenco –y que en vez de él aparece Richard Gere (buen mozo pero insípido)– basta para sospechar de que se trata de una copia descolorida. De todos modos, el resto de los actores que componen esa corte de jubilados ingleses retirados en un hotel de la India son maravillosos, incluso a la hora de mostrar emociones obvias y de pronunciar diálogos poco elaborados.

La historia retoma a los personajes casi en el mismo punto en que habían quedado en la película anterior y desarrolla de un modo esquemático los distintos conflictos, todos ellos vinculados con el amor en la tercera edad, salvo el de la ama de llaves interpretada por Maggie Smith.

Esa vieja señora solitaria y escéptica es la contrafigura perfecta del simpático joven dueño del hotel, compuesto por un Dev Patel cada vez más carismático y versátil. Si bien no puede decirse que sea el protagonista, sin dudas el tema de su boda es uno de los hilos conducotes que mantiene unidos los distintos componentes del relato.

El otro es menos interesante desde el punto de vista emocional. Se trata de la necesidad de conseguir inversiones para que la idea de un hotel para jubilados europeos crezca de acuerdo con sus potencialidades. Este vector de la trama introduce al personaje de Gere, quien además se siente atraído por la madre del joven hotelero.

Sería impropio acusar de exotismo a una película que ostenta la palabra "exótico" en su título, pero lo cierto es que al igual que en la primera parte no hay una sola imagen que no exprese la nostalgia colonialista inglesa. Todas son postales en las que la belleza y la miseria conviven como una fatalidad al que el voluntarioso adjetivo de "maravillosa" no vuelve menos fatal.

Si bien el mensaje sigue siendo que la vida hay que vivirla hasta el último momento, la ilusión de un mundo perdido e irrecuperable se filtra en cada una de esas postales e impregna a toda la película con la atmósfera de una comedia forzada, como si fuera posible reírse de verdad cuando la muerte está cerca.