El estudiante

Crítica de Martín Iparraguirre - La mirada encendida

Animales políticos

El cine joven argentino tuvo en este 2011 un nuevo hito cinematográfico: la película El Estudiante, de Santiago Mitre, ha vuelto a revolucionar el ambiente como hace unos años lo hiciera Historias Extraordinarias, de Mariano Llinás, no por casualidad uno de los padrinos de este filme junto a Pablo Trapero (ambos oficiaron de productores). El Estudiante es un filme político en toda la dimensión de la palabra, no tanto porque su tema explícito sea la militancia en la Universidad de Buenos Aires (UBA), sino porque su propuesta estética y formal es esencialmente política, y porque también lo son sus repercusiones (que trascienden el ámbito cinematográfico). Filmada de manera absolutamente independiente por fuera de los clásicos circuitos de financiación, en especial por fuera del sistema de créditos del INCAA, El Estudiante viene a ratificar que se puede hacer otro cine en Argentina, con grandes ambiciones por más escasez de medios que exista. Pero su independencia la condena a exhibirse sólo en los circuitos alternativos del país, sin siquiera acceder a las salas INCAA: en Capital Federal se presentó sólo en dos espacios (donde hubo que agregar funciones por la gran demanda del público), y aquí se estrenará desde el jueves en el Cineclub Municipal Hugo del Carril, donde se proyectará hasta el domingo, en la que seguramente será la única posibilidad para verla en nuestra ciudad (el 19 de este mes, se exhibirá también en la sala Luis Berti de la Cumbre, en el Cineclub Con los Ojos Abiertos).

Lo más importante, en todo caso, es qué propone el filme de Mitre, que como ya se adelantó no es político tanto por su tema como por su planteo: su gran virtud es descubrir un mundo nuevo para el cine argentino y recorrerlo en toda su amplitud, intentando captar sus complejidades, flaquezas y riquezas, sin imponer lecturas previas ni intentar bajadas de líneas. El Estudiante encuentra así su base (política) en la honestidad de su propuesta, y es desde esa posición que puede abordar de manera directa la militancia universitaria, que aparece despojada de toda idealización pero también de todo prejuicio clasista o ideológico. Lo curioso es que lo haga además desde un formato de género, porque El Estudiante se aleja tanto del cine industrial como del llamado “cine arte”: se trata de un trhiller hecho y derecho, de aliento clásico, que explora con particular precisión no sólo la vida política en la universidad, sino los modos y mecanismos del poder, o cómo esas prácticas terminan funcionando como una escuela informal para preparar y seleccionar a los futuros dirigentes del país (y acaso la película toda, que se abstrae intencionalmente de toda referencia partidaria, pueda funcionar como una síntesis de la política nacional). Su protagonista excluyente, eje absoluto del filme, es Roque Espinosa (Esteban Lamothe, una revelación), un joven de pueblo que llega a Buenos Aires para probar suerte, por tercera vez, en la carrera de Ciencias Sociales. Sus intereses están absolutamente alejados de la política, y pasan por divertirse o conquistar alguna compañera, hasta que se topa con Paula Castillo (Romina Paula), profesora y militante de la agrupación Brecha, a quien pronto intentará seducir. Casi sin darse cuenta, el joven estará militando en la misma agrupación, y su vida comenzará a girar en torno a la política universitaria, donde podrá ejercer su particular capacidad de seducción. Algo que será detectado por el líder de Brecha, el experimentado profesor Acevedo (Ricardo Félix, notable), posible amante de Paula, que pronto lo ubicará bajo su ala y lo utilizará como operador político en la facultad.

Relato de exploración y aprendizaje, filmada en una cámara digital HD, El Estudiante apuesta a un registro documental, aunque privilegie los planos cerrados sobre Roque, cuya mirada estructura la película. Claro que a Mitre no le temblará el pulso para mostrar las mezquindades de la vida política: lo primero que aprenderá Roque es la posibilidad de la traición, y en su desarrollo verá cómo la praxis se puede alejar fácilmente de los ideales románticos de sus compañeros. Pero esto no hace que El Estudiante se vuelva una película anti política, más bien al contrario: su excepcionalidad está en cómo logra capturar un universo en toda su complejidad, sin juzgar ni adoptar posturas moralistas, sino simplemente desde una mirada atenta, libre y desprejuiciada. La política no sólo es discusión de ideas, su praxis se basa en la negociación, los pactos, alianzas a veces inesperadas, acaso un eterno toma y daca para llegar a (o conservar) el poder. Muy pocas películas han logrado plasmar esta naturaleza bifronte de la política, pues El Estudiante es a fin de cuentas un filme que entiende a esta actividad como una pasión legítima, y su mayor virtud acaso esté en actualizar aquel viejo adagio aristotélico que define al hombre como un animal político.