El estudiante

Crítica de Daniela Kozak - La conversación

Si en los últimos años buena parte de los jóvenes volvieron a acercarse a la política, era sólo cuestión de tiempo hasta que el cine joven hiciera lo propio. La ópera prima en solitario de Santiago Mitre -codirector de El amor (primera parte) y guionista de Leonera y Carancho, de Pablo Trapero- no sólo es una película política, sino que tiene a la política como tema. La apuesta era arriesgada. El estudiante, premiada en el Bafici y en el Festival de Locarno, cuenta la historia de Roque (Esteban Lamothe), un chico del interior que viene a estudiar a Buenos Aires y recala en la facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Pero a Roque no le interesa mucho estudiar, al menos no tanto como conocer chicas. Y gracias a una de ellas descubre que lo suyo es la militancia.

Apoyada en un buen guión y en actuaciones sólidas, El estudiante ofrece una mirada tan apasionada como crítica de un universo poco frecuentado por el cine argentino, del que ya se había ocupado José Martínez Suárez en Dar la Cara (1962). Mitre retrata con precisión el mundo de la política universitaria, repleto de ideales pero también de rosca, traiciones y cinismo. Como Roque, la película es pura acción y evidencia una comprensión profunda de la lógica de poder que domina ese ámbito. Pero además, El estudiante logra sacar provecho de ciertas limitaciones de producción. Filmada con un presupuesto mínimo y sin subsidios oficiales, el registro de situaciones reales como telón de fondo de varias escenas de ficción potencia la historia narrada.

¿Cómo surgió el proyecto?

Cuando empecé a escribir, quería filmar la UBA como institución, algo del movimiento de los pasillos, y tenía una idea en torno a la vocación: un personaje que iba saltando de una carrera a la otra, que no sabía qué hacer de su vida. Al principio la película era mucho más episódica. Se me ocurrió que el personaje empezara a militar, porque la política está muy presente en la UBA, y eso fue convirtiéndose en el centro de la película. La política no fue el punto de partida, pero es un interés que tengo hace mucho tiempo. Nunca milité formalmente, pero vengo de una familia en la que casi todos se han dedicado a la política. Mi bisabuelo fue ministro de Agricultura de Yrigoyen y diputado, mi abuelo fue funcionario y embajador durante el primer peronismo, mis viejos militaron en los 70 y pertenecieron al Frente Grande y al Frepaso.

¿Cómo fue el trabajo sobre el guion?

Trabajé cerca de tres años. Me juntaba una vez por semana con Mariano Llinás (uno de los productores del film y director de Historias extraordinarias) y él iba leyendo lo que escribía. Me di cuenta de que la película tenía que narrar la política en la universidad para referir a la política en general. La película es de ficción, pero investigué mucho: fui a asambleas, hice entrevistas, filmé movilizaciones.

¿Por qué decidiste incluir secuencias documentales?

Cuando terminé de escribir, el guión era muy largo. A mí me parecía que estaba bien para filmarlo así, pero era un guión complejísimo de realización, que nadie hubiese querido financiar, y tuvimos que optar por un mecanismo de rodaje mixto. Si bien las escenas se trabajan como escenas de ficción, había una idea de registro documental. Íbamos a las situaciones reales, insertábamos a los actores e intentábamos incorporar el movimiento de las asambleas o de la calle. Si hubiésemos tenido que reproducir todo de modo ficcional hubiese sido imposible.

¿Cómo fue el trabajo con los actores?¿Improvisaban?

Trabajamos con el guión, con un texto fijo. Yo quería improvisar más, pero es muy difícil con un tema tan complejo. Ensayamos durante seis meses, y la metodología de rodaje que teníamos -por ahí filmábamos dos jornadas y frenábamos dos semanas- permitió ensayar durante el proceso. De hecho, incorporé bastante a los actores al proceso de realización. Esteban Lamothe venía a la isla de edición y veíamos juntos lo que mejor funcionaba. También me obsesionaba el tema del habla específica de los militantes de la UBA, y eso lo trabajé con un amigo que militó durante toda la carrera.

Si bien tiene un registro realista, la película no hace referencia a identidades y sucesos políticos reales. ¿Por qué?

Yo quería hacer un relato político lo más universal posible. Y el entramado político que tiene la universidad, con esos nombres extrañísimos que tienen las agrupaciones, que no se repiten en ningún lado, nos daba la posibilidad de retratar un universo extraño para la mayoría. Tampoco quería anclarlo temporalmente, si bien es claro que transcurre en esta época, sobre todo porque se filtra a través de las paredes de la facultad, que son como una gran cartelera de los sucesos políticos. Ahí se ve el asesinato de Mariano Ferreyra y la muerte de Néstor Kirchner.

¿Cómo influyeron esos hechos en la realización?

Durante el rodaje (de agosto de 2010 a marzo de 2011) sucedieron hechos increíbles, como si la vida política argentina se hubiera revolucionado. Empezamos filmando en paralelo con la toma de los colegios y facultades. Después asesinaron a Mariano Ferreyra y a la semana murió Kirchner. Era raro: estábamos haciendo una película sobre política y eran hechos muy trascendentes para la política estudiantil. Filmé movilizaciones, el entierro de Kirchner, las tomas. Pero son tantos los sucesos, y es tan fluctuante la vida política argentina, que nos pareció mejor centrarnos en la cuestión moral y no pegarlo a hechos concretos que, por cómo se lee la política en Argentina hubiesen enmarcado la película en algo que yo no quería. Todo se busca leer como kirchnerista o antikirchnerista, y yo no quería que la película se leyera en esa dirección.

¿Que expectativas tenés con respecto al estreno?

Por ahora las cosas que vienen sucediendo son buenas, hay interés. Supongo que también tiene que ver con esta repolitización que hay en la sociedad. Me parece que es un buen momento para que haya una película sobre el modo en que los jóvenes nos acercamos a la política.