El espanto

Crítica de Emiliano Basile - EscribiendoCine

Curarse de espanto

En sintonía con los documentales de Néstor Frenkel, por su estilo de retrato entre la burla y el homenaje a sus entrevistados, El espanto (2017) de Pablo Aparo y Martín Benchimol transita en el inhóspito pueblo de El dorado, los mitos y rituales alrededor de la medicina no tradicional.

Una ambulancia se adentra en los profundos campos de la provincia de Buenos Aires. Llegar a destino se muestra como una odisea por las dificultades del territorio y las extensas distancias. Es la manera de los directores de introducirnos en el tema: ¿Cómo se cura la gente allí adónde la medicina tradicional no puede llegar? Estamos en el lejano pueblo El dorado, ubicado en una de las localidades rurales de la provincia de Buenos Aires. En él habitan un minúsculo grupo de vecinos que cuentan sus métodos acerca de cómo sanarse de forma no convencional. Pero a las distintas dolencias como el mal de ojo o el empacho, se le suma una enfermedad que nadie sabe o se anima a curar. Se trata del espanto, una rara enfermedad envuelta en un halo de misterio que sólo un enigmático personaje del pueblo parece poder subsanar Y el método para hacerlo es el más radical de todos.

Este tipo de métodos de curandero que generan tanta desconfianza como simpatía en el hombre de ciudad a quién va dirigido el film, no son ajenos a su vida diaria aunque descrea de su eficacia y tome con cierto humor sus capacidades medicinales. Cualquier espectador en menor o mayor medida, por tradición familiar o por obra de algún conocido, asistió a este tipo de prácticas en algún momento de su vida. Los directores lo saben y aprovechan ese lugar común para relatar las creencias mundanas.

La primera media hora de película es muy entretenida, porque además de entrevistar a la gente del pueblo hay un eje narrativo contundente acerca de la extraña enfermedad. ¿Qué es? ¿Cómo se la padece? ¿Cuál es la forma de erradicarla? El misterio crece y genera expectativas a medida que avanza la trama. Los realizadores mueven los hilos de su relato como si manejaran un valioso mcguffin y en la segunda parte lo dejan de lado, produciendo cierta desilusión. Porque en la segunda mitad el documental hace un giro, como si comprendiera que el enigma no puede revelarse simplemente con una investigación deductiva y que debe aceptar las reglas de aquello que se le presenta en el orden de lo sobrenatural. Entonces el film se queda con los vecinos ya entrevistados y, lo que parecía encaminarse hacia una revelación, termina por centrarse en el retrato de sus personajes.

Sin embargo, más allá de alguna contradicción entre imagen y discurso detectada por la cámara, las entrevistas dejan expresar a los habitantes sus argumentos y creencias. La cámara produce extrañeza en busca de aquel atisbo de humor escondido detrás de cada discurso. Esa distancia también presente y cuestionada en el cine de Mariano Cohn y Gastón Duprat, que puede interpretarse despectivamente por cierto grado de superioridad. Pero el film respeta la distancia solicitada por el viejo Jorge -curador del espanto- y no obliga a decir a ningún personaje nada que no desee frente a la cámara. En todo caso, es el afán de cada entrevistado por mostrarse en un rol determinado el motivo de su exposición desmesurada y causante de la gracia.

La película se vale de los lugareños, sus rostros y comentarios. Son los que cargan de misticismo a las imágenes (el asegurar la existencia del bombero silbador, de la chancha de lata, o de la luz mala) e invitan a un mundo poco probable pero infinitamente más interesante que el que conocemos. ¿Qué sucede detrás de las paredes del hogar de Jorge? ¿Es real lo que se cuenta? ¿Existe el espanto o es otro de los tantos mitos que sobrevuelan la cansina existencia de los personajes? En esa incógnita la película crece, haciendo dudar al espectador no sólo de los que sucede con respecto a la medicina alternativa sino de sus propias creencias. El engaño adquiere una dimensión fantástica, posible. El saber se pone en duda mientras que la noción de farsa se disuelve en la realidad. Tal vez todos los habitantes del pueblo que se manejan como una comunidad cerrada se complotaron para mentir a los incrédulos hombres de ciudad. Tal vez, y sólo tal vez, no nos estemos riendo nosotros de ellos sino ellos de nosotros.