El eslabón podrido

Crítica de Horacio Bilbao - Clarín

Terror de pueblo chico

Entre el terror y la comedia negra, es a la vez cuento y caricatura social de sólida narración y factura técnica.

La primera escena de El eslabón podrido es una invitación poderosa a entrar al mundo que construye el director Valentín Javier Diment (Parapolicial negro, La memoria del muerto). Sangre, violencia y misterio en un microcosmos, un pueblo en el que todo se asume hermético. Un mundo de terror bien contado y mostrado que sorprende por su factura técnica local.

La escenografía está dada apenas por una veintena de vecinos, un prostíbulo, una iglesia y casas de campo. Allí vive la particular familia en la que se enfoca la historia. Ercila (Marilú Marini), una anciana senil con poderes sobrenaturales, su hijo Raulo (Luis Ziembrowski) cuyas limitaciones expresivas y su deambular por el pueblo lo vuelven siempre intrigante y la bella Roberta (Paula Brasca), la prostituta del pueblo, dueña del destino, de las miradas, de la codicia salvaje de los habitantes del lugar que contrastan con ella. La vieja lanza una profecía: el día que Roberta se haya acostado con todos los hombres del pueblo, morirá.

En un contexto geográfico indefinido y una temporalidad apenas marcada por un patrullero que nos sitúa en época, estos personajes habitantes de un paisaje corrido van construyendo un clímax ascendente, hacia ese desenlace que parece inevitable. Diment no renuncia a la sensualidad en ese transcurrir surrealista. Si bien muestra un cuadro de situación que vuelve difícil la identificación con los personajes, y expulsa al espectador por fuera de la historia, hay un trabajo profundo sobre los vínculos de esta familia atípica, y de su relación con el mundo exterior.

La idea de venganza, el temor, el desenfreno y la violencia visualmente impactante, enmarcados en ese pueblo hermético, le dan a El eslabón podrido un trasfondo superador para la media del cine de terror actual. Muy superador a nivel local. Y en consonancia, todo el tiempo ronda un clima, una sensación, comparable a la de películas como La comunidad, de Alex de la Iglesia, donde los personajes de la historia sólo pueden salir de ese encierro “con los pies para adelante”. Una alegoría poderosa la de Diment, equilibrista del cine de género que apuesta en firme al espectáculo.