El eslabón podrido

Crítica de Daniel Lighterman - Visión del cine

Luego de un muy buen paso por el BAFICI, finalmente se estrena comercialmente en nuestro país la película El eslabón podrido. Cine de terror con un gran elenco, un buen guion y un clima asfixiante.
Ercilia vive en una localidad pueblerina con sus dos hijos, Raulo y Roberta. Raulo, quien sufre de un retraso mental, sirve a la comunidad como leñador, mientras que Roberta trabaja como la nueva prostituta del pueblo. Su madre, otrora una bruja curandera, está comenzando a verse afectada por la senilidad y Roberta ira alternando el cuidado de su madre y su trabajo. Pero a través de las enseñanzas de Ercilia, Roberta empezara a ver las amenazas que le esperan fuera de su entorno familiar, comenzando un juego de celos, desconfianzas y tensión sexual entre los habitantes del pueblo y ella, mientras que Raulo, mira todo desde afuera y sin comprender nada de nada. Este es el puntapié para el film El eslabón podrido que enfrenta al cine de terror más clásico con una estética marcadamente argentina.

El film arranca, como buena película de terror, con mucha violencia e intriga, mostrándonos a Roberta conflictuada enfrentándose a los habitantes del pueblo, al mismo tiempo que se vuelve víctima del mismo, Y así la trama retrocede en el tiempo, para mostrarnos la particular interacción entre los personajes de tan alejado paraje, en el cual la pequeña comunidad de “casitas” alejadas la una de la otra, es unida geográficamente por Raulo y físicamente por Roberta.

La actuación de Paula Brasca como Roberta, la joven prostituta que abastece de placer al endogámico pueblo, es genial. Muerta por fuera en su trabajo y todo amor en su casa, cuidando a la madre que Marilu Marini interpreta, la mitad del tiempo atacada por la demencia, la otra mitad, denotando una lucidez que nada deja escapar.

Y en el medio Raulo, quien solo sabe que su madre y su hermana son lo único real en su vida, que se contacta con los otros habitantes del pueblo solo a través de su trabajo como leñador, y que en su torpeza es el único testigo de las verdaderas miserias que en el pueblo se viven. Y será él, encarnado por el siempre genial Luis Ziembrowski, quien tenga que poner las cosas en su lugar cuando la doble moral del pueblo se cobre su víctima.

Un clima asfixiante, generado por una estética muy cuidada desde la calidad de la imagen y del sonido realmente construyen un ambiente que lleva al espectador a prepararse para el gran final que el cine de terror nos tiene acostumbrados. Un nuevo producto del cine argentino que demuestra que en el país se puede hacer cine de género sin perder la impronta de una estética propia y sin copiar preconceptos del cine comercial que termina agotándose a si mismo.