El esgrimista

Crítica de Ariel Abosch - El rincón del cinéfilo

Convicción y coraje de un hombre que en silencio desafió al totalitarismo

Durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial la Europa oriental, dominada bajo las alas del duro y estricto partido comunista, con la URSS a la cabeza, la ciudadanía vivía con temor porque eran perseguidos y encarcelados, sólo por no responder al régimen.
Bajo esas injustas reglas vuelve a su país, Estonia en 1952, que en ese momento era parte del territorio soviético, Endel (Märt Avandi), para trabajar en un colegio ubicado en un pueblo alejado de las grandes ciudades. Es tomado como profesor de educación física, aunque el director (Hendrik Toompere) lo acepta con recelo.
El protagonista viene escapando de Leningrado, donde era entrenador de esgrima, aconsejado por su amigo y colega Aleksei (Kirill Käro).
Endel comienza a enseñarles esgrima a los chicos, los días sábados, como una actividad extra. Los alumnos lo aceptan desde el primer momento y lo adoptan como un guía, porque la mayoría son huérfanos, o tienen el padre preso, y prácticamente se crían solos, teniendo que aprender a crecer de golpe.
Ambientado estupendamente, la historia avanza pese a la negativa del director que es rígido de pensamientos, obedece al sistema imperante y quieren que los demás hagan lo mismo. La lucha de poderes va en aumento, y lo que oculta el esgrimista es muy grave.
Pero nada lo detiene, a los chicos les da un sentido a su dura existencia, les va forjando el carácter y va marcándoles la vida para siempre.
Al protagonista, en un momento se le presenta una gran disyuntiva, dejar de ser un fugitivo y acompañar a sus alumnos a competir en un torneo nacional en Leningrado, con el riesgo que eso conlleva, o continuar huyendo y ocultándose, siendo un mal ejemplo hacia los chicos que tanta confianza depositaron en él.
El realizador de este film, Klaus Härö, relata lo que se vivía en ese territorio, tomando como testimonio el retorno de Endel y el volver a empezar después de tantos golpes. Aunque alejado del sentimentalismo, la sensiblería, sólo con las emociones justas, para reflejar que tanto el profesor como los alumnos son víctimas de las circunstancias, pero no lo lamentan.
La policía secreta soviética, las noches invernales, la bruma, el trasfondo político, etc., le otorgan una cuota extra de dramatismo a esta historia verdadera, la de éste profesor que revolucionó en silencio la enseñanza de la esgrima en su país.