Escuadrón Suicida

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Los malvados no eran tan malos

No se trata de una gran película de superhéroes, pero tampoco del horror que tantos anticipaban. Esta nueva propuesta del tándem DC/Warner es bastante superior a Batman vs. Superman (no hacía falta mucho) y hasta por momentos el guionista de Día de entrenamiento logra encarrilarla entre tantos tironeos y expectativas. Tras su notable arranque comercial en Estados Unidos (135 millones de dólares en tres días) y en varios otros países, habrá que ver si tiene “patas” para seguir galopando y, sobre todo, para sostener los múltiples films que sus productores piensan sumarle a la franquicia. La polémica (al menos en Argentina) recién empieza.

Warner y DC no tenían que esforzarse demasiado para hacer de Escuadrón suicida una película mejor que Batman vs. Superman: El origen de la justicia. Al fin y al cabo, la de Zack Snyder fue una de las peores aproximaciones al universo de los superhéroes de la era moderna, un paquidermo de proporciones bíblicas enlastrado por su autopresumida importancia y un trabajo visual que de tan recargado y manipulado se volvía insoportablemente empalagoso. Lo primero que debe decirse de Escuadrón suicida es que, efectivamente, es bastante mejor que el enfrentamiento entre los encapotados más emblemáticos del cómic. Lo que no significa que sea buena ni mucho menos.

El film se sitúa (atención: spoiler para quienes no hayan visto Batman vs. Superman) inmediatamente después de la muerte del oriundo de Krypton, cuando en Ciudad Gótica se eleva la certeza de que quizá el próximo espécimen con poderes sobrenaturales no luche a favor del Bien, la Justicia y la Patria, sino del Mal. La figura que acecha al mundo, despierta los peores temores y desata el enésimo cataclismo urbano en la última década- es uno de esos habituales gigantones digitales provenientes del pasado con ganas de dominar el presente.

Bien, Justicia, Patria, Mal… los términos invitan a pensar en otro tratamiento geopolítico for dummies similar al de la trilogía de Batman de Christopher Nolan, pero el director y guionista David Ayer evita cualquier atisbo de reflexión sobre la responsabilidad del héroe y su relación con el mundo “real”, preocupándose más por el movimiento y la acción que por el alcance discursivo. El principal centro de gravedad será, entonces, la interacción de ese grupo de psicópatas encarcelados y luego “utilizados” por el gobierno norteamericano a cambio de una reducción de penas. El beneficio personal como meta máxima: característica inhabitual en una fauna repleta de hombres y mujeres dispuestos a encontrar la redención personal mediante el sacrificio altruista en pos del bien común.

El problema es que hay más… porque “tiene” que haber más, como si a fin de cuentas el carácter autónomo de la película importara menos que su encastre en ese rompecabezas cada vez más extenso y endogámico que es el universo de los superhéroes. Así se entiende la inclusión de un Guasón con un grado de caricaturización digno del trencito de la alegría de Mar del Plata, personaje de protagonismo inminente en las próximas entregas de DC, pero que aquí tranquilamente podría no estar y no sólo el relato se mantendría indemne, sino que adquiriría más ritmo y cohesión.

Ayer luce tironeado entre la obligación de enmarcar su trabajo dentro de ese mandato general -el pie para la secuela, obvio, está servido en bandeja-, la imposibilidad de ir más allá de lo “mostrable” en el cine mainstream y el intento de particularizar el relato construyendo no sólo la psicopatía de cada personaje -algo que parcialmente logra en la primera parte-, sino también la interacción y alineación de todas ellas con un objetivo en común.

Y es justamente en ese último punto donde anida el principal defecto de Escuadrón suicida: en que estos locos, asesinos, ladrones, piromaníacos y hombres-lagartos se convierten, sin que se entienda por qué ni cómo, en seres bondadosos, conscientes de su carácter funcional y capaces de construir una dinámica grupal que envidiarían los primos de Marvel, quienes anduvieron a las peleítas y sacaron los trapitos al sol en la reciente Capitán América: Civil War.